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CinemaScope

‘Capitán Kóblic’: Desobediencia debida

Entre el western y el cine negro, la película es tan sugerente y bienintencionada como fallida en su guión. Un guión previsible...

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El bonaerense Sebastián Borensztein, cosecha del 63, es un estimado y galardonado realizador y guionista de cine y de televisión, conocido sobre todo por su película ‘Un cuento chino’. Ahora presenta esta su última propuesta, en coproducción con nuestro país, cuya historia también escribe conjuntamente con Alejandro Ocón.

Historia, por cierto, que remite a los años de plomo de la feroz dictadura que asoló Argentina y que protagoniza el capitán de la Armada, al que se refiere el título, que cuestiona su participación en los siniestros vuelos de la muerte y decide abandonar.

Vuelos que él pilotaba y en los que se asesinaba arrojando al mar a indefensos-as y semiinconscientes prisioneros-as. Como escondite, escoge un lugar apartado donde un amigo tiene un hangar, Colonia Helena, cuyo comisario es un tipejo siniestro que no le pondrá las cosas nada fáciles.

Entre el western y el cine negro, la película es tan sugerente y bienintencionada como fallida en su guión. Un guión previsible, con demasiadas oquedades narrativas, que afectan a personajes como el de Inma Cuesta, aunque ella lo supla con su buen hacer interpretativo. Cierto es que cuida la atmósfera y el terror opresivo cotidiano de la dictadura está presente, pero parece tener ciertas dificultades al manejar las sutilezas y las obviedades.

Ciertas dificultades en deslindar, a veces, lo prescindible de lo necesario, los clichés del rigor. En cualquier caso, es una elección narrativa legítima, como lo es la opinión de quien esto firma respecto a ella. Por lo demás, una película digna y comprometida, que tiene el acierto -entre otros muchos- de no condenar a un personaje central -magnífico, como siempre, Ricardo Darín- tan cómplice de los horrores como atormentado por ellos y que elige la opción moral de la desobediencia debida.

Mientras que sí lo hace, sin paliativos, con el interpretado por un excelente Óscar Martínez y sus secuaces.
92 minutos de metraje. La fotografía, desasosegante como la historia, es de Rodrigo Pulpeiro. Y la música, otro tanto, del prestigioso Juan José Jusid. Deberían verla.

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