Nadie tiene obligación de elogiar a nadie pero tampoco creo que sean buenas maneras el insulto cuando por diferentes circunstancias discrepan y no coinciden. Puestos a elegir diría que si nuestros coetáneos tienen méritos suficientes, no seamos parcos en los halagos, pero sobre todo evitemos la descalificación, que lejos de enaltecernos, nos envilece.
La políticos en este maravilloso y singular País que es España, viven en un bucle permanente entre bloques y bloqueos, que lejos de facilitar el dialogo y resolver nuestras dudas nos enroca en una posición de cerrazón y desconfianza y nos sitúa en falsas lecturas y juicios peligrosos.
De todas formas los que intentan agraviar a alguien se suelen retratar solos, y cuando alguien les responde los coge a contrapié porque no están acostumbrados a dialogar sino a monologar, desde lo que piensan que es la única razón, la suya.
No se trata de ganar todos los días un concurso de elogios y alabanzas, pero que no hace daño reivindicar la amabilidad y si es posible ser correcto y respetuoso, desde la diferencia, y no estar en una permanente metamorfosis de “seamos antipáticos, llevamos más razón”.
Lo más duro puede decirse con delicadeza y sonriendo, sin necesidad de ahondar en el desencuentro siendo agresivo y maleducado, los gestos y las formas son importantes en las relaciones humanas y a cualquiera le puede asistir toda la razón, pero si sus maneras descalificatorias, ha perdido el capital argumental y se ha ganado a pulso el rechazo de los demás.
Lograr el equilibrio entre ser amable y no caer en el empalago, es quizás lo más acertado para no despertar fantasmas de ultraje y ofensa y no llenar de manchas y borrones un camino que debería ser limpio , fluido y sin obstáculo en la comunicación con los otros.
Enredarse en la inflexibilidad es sembrar el campo con la semilla de la inoperancia, apartarse de la generosidad y entregarse en brazos de la tacañería, moverse ente exhibicionismos y ocultismos, estar siempre más predispuesto a las maldiciones que a las bendiciones.
Elogiar para manipular las voluntades de los demás es mezquino y deleznable, hacerlo desde la admiración y la salud mental es un noble ejercicio. Quienes basan todos sus argumentos en los insultos, nos provocan una gran decepción como seres humanos.
Lo peor y menos deseable, entre elogios e insultos, no es ya la rutina y la grosería, sino la ausencia de sorpresas y la carencia de sobresaltos, convirtiendo sus relatos en historias planas sin garra ni pellizco. Entre agitaciones y calmas, acciones y representaciones, mantenemos grandes deseos o nos fabricamos ilusiones.
Hemos de ir paso a paso, estimulando más los encuentros que los desencuentros, sabiendo que todo tiene sus consecuencias, que debemos aprovechar las oportunidades y saber sortear los inconvenientes, que lo más elogioso de cualquiera es que cumpla con su palabra y sea coherente.
Tenemos que cultivar una visión global, que nos permita comprender en todas sus dimensiones lo que ocurre ante nosotros y en qué medida nos afecta, si solo focalizamos nuestra atención en determinados puntos, estaremos empobreciéndonos y sacaremos falsas conclusiones por falta de perspectiva.
Tenemos que aprender a manejar los tiempos y los rendimientos. A sacar el máximo partido sin necesidad de estresarnos.