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Desde la Bahía

Tiempo de alas cortadas

Es ahí donde el ser humano culto, único pilar de la cultura, tiene que demostrar su inviolabilidad

Publicado: 09/01/2022 ·
22:15
· Actualizado: 09/01/2022 · 22:17
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Las alas de los ángeles les permiten elevarse y conseguir una altura a la que no llegan ni las llamas del fuego eterno, ni los tridentes de tanto demonio depredador, anhelantes siempre de que su arpón no sea nunca sobrepasado en altura o poder. 

El ser humano no tiene alas, pero ha conseguido mantenerse en el aire, en nuestra atmósfera y fuera de ella, con el confort y bienestar nunca soñados por las aves y no sé si por los querubines, gracias a una cualidad no presente hasta el día de hoy, en ningún otro ser vivo, la “inteligencia reflexiva”. Los valores expresados por la actividad intelectual de hombre y mujer constituyen su cultura. El progreso con ella conseguido es la civilización.

En este nuevo siglo uno se queda extasiado ante tanta difusión del saber y tanto avance técnico e industrial.

Pero nadie pone oído a los sollozos agonizantes de la filosofía, la religión, el arte en sus diversas formas, la familia, la comunidad, la profesionalidad, la ética, el amor, los pilares sobre los que descansa el mayor logro humano para la convivencia: la cultura.

No nació sola la cultura. No fue un parto gemelar, porque no tiene semejante, pero sí precisaba de un alumbramiento complementario. Y lo tuvo en el poder, tanto de dominio, como administrativo. Pero lo que debieron ser líneas paralelas que finalmente las unieran el infinito de la concordia, la soberbia y avaricia del ser humano lo transformó en la más quebradiza de las líneas de solidaridad.

De un lado estaba la imposición del que manda y de otro la insubordinación propia del ser humano culto y creador. Este último es libre por naturaleza y claro, esta libertad trae consigo la posibilidad de someter a crítica a aquellos que organizan y administran la vida diaria de un país.

No hay nada que moleste más a los que viven arriba en el ático del edificio, que venga el del sótano a decirles que los cimientos por ellos configurados muestran grietas, que ponen en peligro la construcción. Inmediatamente ponen remedio a tan insinuante afirmación. Se reúne a todos los vecinos del edificio, globalizando el problema y consiguiendo mediante la amplísima sombra dadivosa del poder, silenciar por mayoría aquella calumniosa insinuación.   

El poder es suma o reunión de números homogéneos en una solo. La cultura es sólo un sumando, que siempre intentará estar fuera de ese conglomerado uniforme. Pero también es consciente que aislada pierde su más sublime cualidad, darse a conocer y exponer su saber a las sucesivas generaciones, lo que no indica que deba entrar a formar parte de una colectividad que intente ponerle grilletes, aunque se lo ofrezcan de áureo metal.

Ya tenemos el eterno debate: Cultura de élite, Cultura popular o Industria de la cultura. Hay un hecho concreto en la actualidad: La cultura ha dejado de ser ese bien noble y precioso que han ensalzado algunos autores y que debe protegerse de las formas vulgares y degeneradas que constituyen la cultura de masas a la que apoya el sistema democrático, al mostrar claro desinterés por la primera. Pero hay un factor fundamental un sine qua non que condiciona la vida cultural verdadera, la necesidad de medios económicos para poder desarrollarse. Es ahí donde el ser humano culto, único pilar de la cultura, tiene que demostrar su inviolabilidad. Se trata de estar o no subvencionado y de saber que esta subvención no tiene que ser forzosamente pública, sino que puede ser privada e incluso de aportación individual por los individuos que desean organizar cualquier institución de este tipo. Porque el que subvenciona, quiere subordinación y esto en grado máximo intenta conseguirlo el poder gubernamental.

Todas las instituciones de la cultura y el saber necesitan de la administración de los Estados y éstos a su vez precisan y deben de poner todos los medios posibles para que aquellas en su campo de investigación y el saber, tengan los máximos recursos económicos para transformarse en “hechos útiles” para la sociedad y su progreso. Pero en España, salvo excepciones personales, está bastante lejos de ser óptimamente considerada. Quizás porque aquí, la vara o pértiga del poder nunca ha dejado que nada le sobrepase en altura, prefiriendo la ostentación metálica, en detrimento de sus tradiciones y cultura. Estamos en época de depredadores de la creatividad. Y de alas cortadas.

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