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Días de barrunto

Blanca y radiante

La nieve siempre me pareció fascinante. Creo que es algo parecido a la impresión que le causa ver el mar a la gente que vive alejada de la costa

Publicado: 13/01/2024 ·
11:28
· Actualizado: 13/01/2024 · 11:28
  • Efectos de Filomena. -
Autor

José Manuel Infante Gómez

Columnista mitad barbateño mitad madrileño. Redactor en web deportiva trescuatrotres.com

Días de barrunto

En palabras de su autor: "Intento decir lo que pienso pensando siempre lo que digo"

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Volvía de una consulta médica. Estaba expectante y no era para menos, ya que se avecinaba algo diferente. Casi eran las once de la mañana cuando el autobús llegaba al barrio donde me alojaba. Al bajar del vehículo, los primeros copos, débiles, me dieron su bienvenida. La nieve siempre me pareció fascinante. Creo que es algo parecido a la impresión que le causa ver el mar a la gente que vive alejada de la costa.

A medida que transcurrían las horas de aquel 8 de enero, ya se podía imaginar que esa nevada no iba a ser como las demás. Bajé a tomar café porque me apetecía recrearme en la caída, lenta pero incesante, de los copos de nieve. Los coches aparcados en la avenida se iban cubriendo, poco a poco, con un manto blanco del que tardarían varios días en desprenderse.

Ante la posibilidad de que el regreso a la casa pudiera volverse peligroso, me encaminé hacia la vivienda mientras que, en el exterior, ya con la noche aterrizando, el blanco se convertía en gris. Parecía que la nieve que no había caído en los últimos años se iba a descargar en ese fin de semana.

La mañana siguiente, lo primero que hice al levantarme fue mirar por la ventana y comprobar que los copos seguían descendiendo y que el grosor de la capa cada vez era más grande. Aun sabiendo que aquella tempestad acarrearía un montón de problemas, me hubiera llevado horas y horas contemplando la nevada. Por fin, como queriendo dejar la sobremesa del sábado para conversar sobre algo que no se había visto nunca, los copos dejaron de caer, después de treinta horas seguidas. Fue entonces cuando Filomena dejó de ser una curiosa anécdota para volverse un acontecimiento histórico.

Era obligado salir a la calle para observar las consecuencias, pero sin muchas alegrías, porque la capa de nieve llegaba hasta la rodilla y dar un paso se había convertido en un ejercicio de supervivencia. No fue hasta el día siguiente cuando, gracias a la labor de varios ciudadanos, se habilitaron algunos caminos para poder pasear. Con imágenes más propias de Noruega o Rusia, más que de España, la nieve se iba transformando en hielo y los árboles fueron los principales damnificados, perdiendo bastantes ramas y dejando un paisaje todavía más desolador.

La ciudad se asemejaba a una enorme y peligrosa pista de patinaje. Y ese fue el panorama durante dos semanas más, hasta que se pudo recuperar una cierta normalidad.

Acaban de cumplirse tres años de la visita de Filomena. Pero, a pesar de su virulencia, guardo las imágenes en mi mente y me siento privilegiado por haber asistido a ese maravilloso espectáculo que nos brindó la Naturaleza. Sin embargo, los humanos seguimos haciéndole daño sin reparar en el inmenso poder que posee

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