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El jardín de Bomarzo

Un día para el orgullo

Un hombre orgulloso puede defender a los hombres sin por ello ser machista -se puede-, sin temor a todos los colectivos anti hombres

Publicado: 19/07/2019 ·
13:20
· Actualizado: 19/07/2019 · 13:20
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Bomarzo

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En estos tiempos confusos resulta un orgullo, también, ser un hombre heterosexual y decirlo, de lo cual apasionado sin fronteras de los andares y aromas de las mujeres en su curvado conjunto y de las capacidades que las caracterizan por encima de las del hombre, orgulloso de ser de aquellos que no luce tatuaje corporal alguno porque pintarse a tinta la piel duele y mucho más sobre el sentido común si es para siempre con un, por ejemplo, Carmen mi amor, de los ajenos a todo modelo de piercing por cuanto por más que uno lo medita no le encuentra la gracia al asunto y de los que, todo lo más, usa loción en crema después del afeitado; también de los que no ha maltratado jamás a nadie más que, en todo caso, a sí mismo -y no poco-. Un hombre orgulloso puede defender a los hombres sin por ello ser machista -se puede-, sin temor a todos los colectivos anti hombres que les hace sospechosos de la mayoría de los males de la humanidad, sin acaso importarle ser catalogado de dos siglos atrás... Lo que viene siendo un hombre básico, orgulloso incluso: quizás debiera proclamarse el Día del Orgullo del Hombre Básico -el DOHB-, ya que este ser primario en peligro de extinción cual lince ibérico o mandril, que no luce tatuajes, ni piercings, que es en todos los gramos de su cuerpo heterosexual y lo dice a boca llena y solo usa loción de afeitar, vive asustado de proclamarse y solo lo hace bajito cuando comenta con los de su especie, cada día menos. A este hombre básico es fácil situarle, generalmente, en mal lugar, ante lo cual y sabiéndolo suele estar de acuerdo con todos los colectivos que reivindican cosas por el temor a ser culpado por lo que es: un hombre sin más, de genética básica.

Orgullo. Lo peor de la homosexualidad es cuando se politiza, como si el apetito sexual, que es un instinto que nace de lo más profundo de la condición humana, partiera de ideología alguna. El sexo es solo sexo, el amor es otra cosa y ambas cosas juntas quizás lo más importante de la vida porque de ellas emana todo lo mejor. Pero sucede que la humanidad tiene la tendencia a agruparnos y marcarnos como a animales de corral y si vas a misa y juras eres de derechas y si eres promiscuo y prometes eres de izquierdas. Lo ocurrido en la reciente cabalgata madrileña del orgullo no es más que el reflejo de todo esto. Por un lado una Irene Arrimadas y varios colegas de su partido acudiendo al evento conscientes de que su presencia era provocadora, tanto que habían solicitado ser custodiados por la policía local porque preveían altercados contra ellos y que demuestra que su objetivo era publicitarse en los medios, como sucedió. Si habían rechazado firmar el manifiesto LGTBI de los organizadores, no parece lógico que acudiesen a la cita y es síntoma, en todo caso, del problema de falta de ubicación de Cs, que intenta captar seguidores con discursos a veces contradictorios. Si no comulgas con el movimiento del orgullo, que también es lícito, sobra que asistas de protagonista a su emblemático acto. Pero, aún así, está en su derecho de acudir y es ahí donde se topa con los organizadores y participantes de la cabalgata, que a modo de coto cerrado desplegaron toda su intransigencia contra Arrimadas y los suyos cuando esa pose que venden de seres abiertos donde los haya debería implicar apertura hacia todos y no solo entre ellos. Sólo falta que para poder asistir de público tengas que contar con una pulserita que acredite que eres lesbiana, gay, bisexual, transgénero o intersexual, vetado el paso si lo que eres es hombre o mujer, sin más, que respeta a los que son diferentes a ti, pero orgulloso de ser heterosexual. Y de decirlo.

Si de la homosexualidad y de las distintas vertientes que vienen siendo catalogadas bajo las siglas LGTBI se han adueñado las formaciones de izquierdas y saben arengarla con mensajes anti homófobos y dando en la clave exacta para hacer saltar los resortes necesarios, entre otras razones porque ahí hay mucho voto en juego, de otros colectivos lo han hecho otras formaciones; a las víctimas del terrorismo se las quedó el PP como si fuese el único partido que ha luchado de verdad contra ETA o de ser el único realmente misericordioso con el sufrimiento de unas víctimas que, hay que recordarlo, partieron de todas las formaciones ideológicas y, tanto es así, los partidos de izquierdas han alejado sus discursos de estas víctimas como si fuese un terreno perdido. También pasó con la bandera española o el himno sin letra nacional que quien osa mostrar respeto hacia ambos es tildado de facha por la izquierda, provocando el secuestro de ambos símbolos por los partidos de derecha. Y ahora, para rematar el tomate, llega VOX a quedarse con el colectivo del hombre básico, machote y pelín malote, sin tatuajes ni piercings, con barba de peluquería o de loción, con innegable esencia de macho-machito-machote. Y no. Me niego a que este partido o cualquier otro se apodere de la defensa de la condición masculina, colocándola en un ariete de su discurso político y provocando con ello el obligado rechazo del orgullo y de la masculinidad de las fuerzas políticas opuestas. No,  porque ningún  ser racional debe estar atado a otra cosa que a su condición humana, a su cerebro y a su corazón. En este mundo dominado por el endemoniado y frío washapp y ahora que tanto se habla de colectivos y grupos, hoy me araña la tripa la condición genuina y el valor sólido de aquel viejo hombre básico típico en todo centro de ciudad o pueblo aguardando que unos andares medidos y sonoros le recordaran lo que es. Orgulloso de serlo, sin  más. Sin marcas de derecha, centro o izquierda, caballero, noble, honesto y solidario. Sólido. 

Al hombre heterosexual de condición básica parece que entre unas y otros se han empecinado en su exterminio social. Los colectivos radicales feministas y los partidos de izquierda que le siguen el juego,  porque le sitúan en un indefectible potencial acosador, y los movimientos LGTBI y similares porque le sitúan directamente en una especie de segundo orden y si se atreve a defender su condición sexual, en un homófobo en potencia. Y no digo ya el último intento de cambiar la forma de hablar en plural, que ya no incorpora la alusión en masculino y femenino, no, ahora en Unidas Podemos pretenden imponer que el plural que reúne a ambos géneros sea en femenino cuando es un atentado contra la gramática, el sentido común y, claro está, contra el hombre. Parece que el hombre actual, que se cuida con esfuerzo de no tener el más mínimo ramalazo de machismo, ha de pagar todos los errores discriminatorios y machistas de nuestra historia, temeroso hasta de hablar porque usar correctamente el lenguaje que nos enseñaron en la escuela puede situarle ante el repudio de una parte de esta sociedad. Cuando las cosas siempre son más simples: en este mundo cabemos todos bajo el paraguas del respeto de unos y unas hacia los otros y las otras, evitando los guetos sociales por género, condición sexual o ideología política. Respeto es una palabra maravillosa, generalmente mal usada. Los colectivos que continuamente enarbolan banderas de respeto también están obligados a respetar a los que son diferentes a ellos porque no hay nada que pueda producir más rechazo que exigir apoyo y solidaridad y no darlo en idéntica proporción. 

Bien pensado, rematando, mejor que nunca se celebre el DOHB porque da pavor pensar quién y cómo encabezaría esa manifestación y qué uso político se haría de la misma con pancartas al frente. Igual entonces a más de un hombre orgulloso, básico, en peligro de extinción como los lémures o el ajolote, se decide por tatuarse delfines o se perfora la condición a base de piercings.

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