Este jueves le pedía tiempo a mi redactora jefa para enviar mi columna de opinión toda vez que conociera, más concretamente, el acuerdo, sin tener que decir cuál. Y ahora me enfrento con el papel en blanco dispuesto a escribir. Pero ¿de qué y cómo? Porque aquí no puedo, ni debo, informar de nada: para eso existen otros canales que ustedes conocen perfectamente y además ya estarán informados de todo lo referente al día. Ni tampoco puedo dejar mi opinión, por el respeto que ustedes me merecen: sería incapaz de escribir sin lanzar algún que otro improperio.
De todas las opiniones que he escuchado, me quedo con la de Isabel Díaz Ayuso, que ha dicho: “Nos han colado una dictadura por la puerta de atrás”. Yo añadiría el término “bolivariana”, pero es solo un matiz. González debe estar avergonzado de su partido, al igual que otros históricos como Guerra y Rodríguez Ybarra; o sin necesidad de ser históricos, como el caso de García-Page que frontalmente se ha opuesto a lo que se preveía que podía contener este acuerdo.
No creo en la movilización social y mucho menos si viene acompañada de violencia callejera. Aún así, en tono pacífico, sigo sin creer en la misma: resulta una pérdida de tiempo. Por tanto, no creo en aquello que, en este momento, ya está proponiendo Feijoo. Ni tampoco en la guerra legal declarada -con la ley en la mano-, como manifiesta Rocío Monasterio de VOX. Al inquilino okupa de la Moncloa le da igual todo esto: que se llenen las calles con manifestantes ante las puertas de las sedes socialistas es, para él, solo un mar menor, que se solventa cerrándolas por la tarde. Y en cuanto a las leyes reguladoras de este país ya ha demostrado sobradamente lo que le importan.
¿A dónde vamos? No lo sé. Ni lo imagino. Estamos en manos de un prófugo de la justicia que, en muy poco tiempo, volverá a España como lo hizo Tarradellas, aunque con menos vergüenza (ninguna). Estamos en las manos de un acuerdo alcanzado a mil quinientos kilómetros de España, pero que va a marcar la vida de nuestro país y de todos nosotros. Maliciosamente me pregunto cuántos socialistas comulgan con esta situación. Aunque ya da igual. Poco importa.
Únicamente me queda la esperanza de que el acuerdo tenga los días contados, porque como bien he podido escuchar en las noticias “ninguna de las partes se fía de la otra”. ¿Trileros? Pero esto nos causaría otro mal, que no es otro que la parálisis -de nuevo- de este país. El acuerdo, estoy convencido, no va a llegar al final de la legislatura. Porque el “trato tiene truco”.
Prepárense para lo que viene. Estaremos votando antes de lo que imaginan.