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Columna de opinión La Tribuna

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Desde mi niñez tuve especial afecto por aquellos familiares propios o de amigos que vivían fuera de España, aquellos que un día tomaron el camino hacia el futuro que, para ellos, pasaba por Alemania, Suiza, Francia u Holanda.

Cuando llegaban en verano se asemejaban en cierto sentido a los magrebíes que atraviesan nuestro país de punta a punta para reencontrarse con sus seres queridos y con la tierra que les vio nacer, coches con sus amortiguadores hundidos y repletos de niños, maletas y bicicletas.

Eran diferentes, al menos esa era mi percepción y lo cierto es que en muchas ocasiones, ellos mismos han confirmado que después de años fuera de tu país quienes son paisanos te reconocen como extranjero y quienes habitan el país en el que vives y trabajas no dejan de recordarte que no eres de allí, por lo que, si de por sí es duro el desarraigo que provoca la emigración, más aún lo es cuando ningún grupo te reconoce como miembro propio.

Todo aquello pasó, pero el sentimiento de desafección ha vuelto a instalarse en nuestras vidas, es casi imposible no encontrar a alguien que no conozca en su núcleo familiar o de amigos historias de éxodo, por ello no deja de sorprender, como al igual que antaño, quienes dirigen políticamente este país olvidan premeditadamente la comunidad emigrante y lo hacen porque este es su mayor fracaso, no tener soluciones y respuestas para sus propios administrados, para sus propios conciudadanos.

Solo quien ha emigrado sabe cuánto dolor y tristeza supone abandonar tu casa, su familia y sus amigos para poder vivir, solo quien ha dicho adiós desde la ventanilla de un coche sabe cuánto vacío contiene en su interior, solo quien recibe a diario el desprecio de los gobernantes del país donde vive sabe cuánto miedo se alberga, solo el hilo conductor con su familia le mantiene vivo y con ilusión, solo vive y trabaja con un único fin, un billete de vuelta. Allí donde estés, recibe un fuerte abrazo!!

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