No hay mayor soledad que la de una cama vacía, dijo muchas veces García Márquez. En estos días de lluvia y viento, en los que se nos filtran a cuentagotas mañanas de un cielo turquesa que nos sigue enamorando en esta ciudad que todo lo acoge y todo lo silencia, parafraseando al llorado poeta José García Pérez, reflexiono sobre la frase del Nobel colombiano y pienso en que la inminente Navidad que nos acecha ya en el horizonte va a volver a poner en claro uno de los principales problemas de esta sociedad hiperconectada, de esta ciudad encantada de conocerse que, aunque no quiera, a veces deja a algunos atrás: la soledad. Tal vez, si reformuláramos la frase del autor de ‘El otoño del patriarca’, habría que decir que no hay mayor soledad que la de una casa vacía. El otro día escuché a una psicóloga decir en la tele que quienes viven solos, aquellos que han elegido o se han visto abocados a ello, a veces, al llegar a casa, necesitan que alguien les dé un abrazo. Y si pongo en relación el sentimiento que me embarga en estas fechas al ver a algunas personas luchando solas contra la gigantesca y a veces cruel inercia vital con las llamadas que recibió el pasado año El Teléfono de la Esperanza, unas 17.000, constato que es esencialmente cierto que un animal fabricado para socializar está incompleto si no tiene un asidero cotidiano en forma de amigos, familia o allegados. Tengo un conocido que dice que sentirse solo en Málaga es imposible. Nunca hemos estado tan interconectados, jamás nos hemos encontrado tan solos. Incluso los adolescentes, aquellos de nosotros que tienen ante sí una existencia prometedora que se les abre como una flor apetecible y olorosa, llaman al Teléfono de la Esperanza con las expectativas puestas en que alguien les escuche. Tres de ellos lo hicieron diariamente, durante la pandemia, para informar de ideas suicidas. Curiosa paradoja: somos más y mejores que nunca, pero algunos de los nuestros viven su propia deriva mental sin que su círculo íntimo pueda hacer nada por ayudarlos a llegar a puerto, por auxiliarlos en la ineludible tarea de reenfocar sus pasos en el camino menos lesivo posible. Pocos hablan hoy de la soledad. Es una palabra que ha hecho mutis por el foro de la conversación pública. Y urge volver a ponerla en el centro de la estrategia política. No se trata de llenar una cama, sino de ayudar a que otros abracen la esperanza.
Fuego amigo
Abrazar la esperanza
Si reformuláramos la frase del autor de ‘El otoño del patriarca’, habría que decir que no hay mayor soledad que la de una casa vacía
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En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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