Coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer se publicó un artículo dedicado a Amelia Earhart, la aviadora que cruzó dos veces el Atlántico. Su misteriosa desaparición desató conjeturas de todo tipo, siendo el accidente, la pérdida de altura y posterior choque contra el mar la causa más lógica, pero solo fue teoría. Ella emprendió la aventura de su vida sabiendo que las posibilidades de acabarla eran poco menos que remotas, pero tan ilusionante que no lo dudó.
Todo ocurrió en 1937, cuando había comenzado a dar la vuela al mundo. Tres años más tarde se examinaron los restos óseos encontrados en una isla cercana a Hawái concluyendo en que no eran de mujer. Retomado el caso en la actualidad, las nuevas técnicas han determinado el error anterior, concluyendo en que los huesos eran de Amelia por los estudios comparativos, entre otros, con la ropa que su costurera le cosió. Estos estudios contribuyen a desvelar el misterio que rodeó su desaparición, ya que hace pensar que murió como náufrago, un final triste para lo que pudo ser una proeza, la primera vuelta al mundo realizada por una mujer aviadora.
Fue una señora adelantada a su época, por lo que nos hacemos una idea de los escollos que tuvo que sortear, de los retos que tuvo que superar para realizar su sueño, tan difícil como las hazañas que componen una gesta. La mujer que logra ocupar un puesto relevante debe demostrar diariamente que lo merece. Amelia Earhart fue de las primeras que recibió, calló, tragó y sufrió la contundencia de esta afirmación, un latigazo que transformó en motivación, que no la hizo abandonar su proyecto, su sueño. Como tampoco lo hizo Amy Johnson, su antecesora inglesa en estas lides, que en 1930 voló desde Inglaterra a Australia y que también murió trágicamente al caer su avión sobre el Támesis.
La Historia está llena de nombres que la ennoblecen, siendo las mujeres un ejemplo de valentía, constancia y entereza, porque Amelia Earthart, sabedora de los peligros que corría en sus viajes, escribía a su marido regularmente, asegurándole en la última carta que las mujeres debían intentar hacer cosas como los hombres, intentos que si fallaban se convertirían en retos (cita) con la dificultad atada a la ilusión. Si el cine recogió su vida como semblanza, el teatro sería el espacio ideal que podría dramatizar sus preocupaciones, dudas y reflexiones, las que le atenazaron antes de emprender su último vuelo.