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Hablillas

Ir al cine

Hoy el concepto es otro, el de un espacio funcional, útil, diseñado para la comodidad del espectador.

Publicado: 01/07/2018 ·
21:36
· Actualizado: 01/07/2018 · 21:36
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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A medida que nos hacemos mayores cuesta un poco alimentar esta bendita adicción por la modernidad, los avances y cómo repercuten en el espectador entrado en años. Quizás sea el arte en el que más se aprecia la evolución, porque entra por los ojos y con más fuerza aún por los oídos. Durante la proyección de una película notamos la diferencia de decibelios entre una persecución y una conversación. Ese aumento repentino hace crujir los tímpanos.

Darle vueltas al asunto y la osadía de los años cumplidos hicieron que un sufridor se atreviera a escribir, a mandar un correo electrónico a un programa de atención al radio oyente de los que salen a antena durante la madrugada. Con respeto la voz sin rostro concluyó en motivar, recuperar e incluso despertar al espectador por si estaba amodorrado, a dos minutos de dormirse. Aquello sonó razonablemente irónico y justificado.

El caso es que sin dejar de tener en cuenta la importancia de la banda sonora en la que se apoyan tanto las imágenes como los diálogos, a veces son estos los que llevan la peor parte, porque parecen ahogados, percibidos -más que oídos- a ráfagas y a menos que nos fijemos en los labios, difícilmente entendemos la conversación. 

No cabe echar la vista atrás, no hay comparación, pero el objetivo de una película es el de siempre, entretener. No imaginamos La torre de los siete jorobados o La máscara de Fu Manchú en una sala como no sea la de casa, lo mismo que El último Samurái y Blade Runner están fuera de lugar formando parte de la mesa camilla. Claro que tampoco les iría un suelo de tablas ensambladas ligeramente inclinado, las filas de butacas con los reposabrazos de madera, los respaldos en forma de abanico y el tapizado en pana granate. Tampoco le irían las emboladas de ozono pino, el olor tostado de las pipas de girasol ni ver la pantalla mientras buscamos el asiento.

Hoy el concepto es otro, el de un espacio funcional, útil, diseñado para la comodidad del espectador, para que disfrute del pase sin ejercicios de cuello, para que no le incomoden los pasos de quienes llegan tarde. La sala de proyección es más cómoda en general, pero en su evolución, en su diseño tropiezan las primeras filas y la disposición escalonada, amén del zamarreo auditivo. Los achaques y los huesos hacen que el espectador asuma y suspire por los años cumplidos. Las películas pasan. El cine permanece.

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