Es una costumbre del pueblo islandés, consistente en regalar un libro y pasar esta noche y el día de Navidad disfrutando de la historia que encierra, el olor de las hojas, el tacto de las cubiertas, porque se trata de un libro físico. Por un día, se homenajea a esta maravilla pequeña y delgada que al abrirse transmite tanto que solo puede guardarse en la memoria. Las restricciones durante la Segunda Guerra Mundial limitaban las importaciones de regalos, limitaciones menores para el papel, propiciando el regalo de libros por Navidad. El recordatorio de esta cosumbre reproduce una especie de caricatura con una familia leyendo en la misma habitación y ha sido compartida por las redes sociales como sugerencia, incluyendo intención, complicidad, promesa tácita a cumplir en años venideros.
Dejando a un lado el romanticismo, concluimos en lo difícil pero no imposible de una reunión así, aislados y al mismo tiempo unidos por la lectura. Sería hermoso poder formar parte de un conjunto como este, dejarse llevar por las palabras, por el sonido que solo oye el lector, cómo entra a formar parte de la historia, vibra y siente sin abandonar el sillón, con los pies en el asiento y un té sin humo ni besos a la taza. Sería la foto que los lectores quisiéramos obtener, en la que desearíamos estar con el libro recibido, el penúltimo, porque lo acabamos con la ilusión puesta en el siguiente. Una cadena que pocos sabemos cuándo empezó a eslabonarse, que se cerrará cuando la vista se nos agote. Será entonces cuando echemos mano al móvil y a la aplicación para escucharlos, pero hasta ese momento y afortunadamente, nos queda mucho por leer.
Los lectores pasamos así el día de Reyes, con los ejemplares delante, sin dejar de mirarlos, planificando el orden, debatiéndonos entre el alfabético o la preferencia, la ubicación en el estante, el turno en la mesa de noche cuando el interruptor de la lámpara dé su particular toque de silencio, suave y breve como el suspiro inmediato, un saludo a la oscuridad que nos acurruca al mismo tiempo que las sábanas. Mientras el sueño llega, ondean las imágenes leídas, sugerentes, seductoras, ofreciéndose a acompañarnos a dormir. Esta magia se despliega con un libro. Si está cerrado, el título nos hace alargar la mano para cogerlo. Si lo abrimos, la fuerza de las palabras nos cautiva y no aflojará hasta el punto final. Si nos sentimos así reconozcámoslo, somos encantadoramente adictos. Regalemos libros. Demos y recibamos ilusión y alegría. Buena entrada de año.