Pasaron las fiestas. Cierto que se ha intentado la peculiaridad durante ellas, hacia el final de este año ido, pero la ilusión y las ganas han podido con lo visto, oído y concluido en los primeros días de este segundo decenio en albor. En fin, será la locura veinteañera. Obviando el tópico y el caldeo del ánimo, el ambiente, las luces, el frío y la alegría han realizado con éxito su trabajo anual, dejando una estela de cansancio y nostalgia paliada con el arrugado crujiente de los envoltorios.
Es este el comienzo real de la nueva andadura y tras sonar en la Puerta del Sol disfrazado de campanadas, los anuncios publicitarios toman el testigo con música y color para avisar y sorprender con el recuerdo quincenal de una colección. El primero ha sido el conjunto de figuras de uno de los videojuegos más populares, Street Fighter. Sus figuras en pvc reproducen los movimientos ágiles e increíbles de Chun Li, Ken y Ryu, entre otros. Los niños de entonces aprendieron a dosificar el tiempo con más o menos conformidad antes o después de la tarea del colegio. Unos lo lograron y a otros les costó más, pero ocupó su sitio en la repisa de casi todas las casas de los noventa. Era lo más parecido a una petaca gris con dos luchadores en pleno combate sobre un tatami color avellana.
Otra colección publicitada parece destinada a las mujeres, ya que son ellas quienes sostienen a
Jane Eyre, Mujercitas, Orgullo y prejuicio o Madame Bovary. Titulada
Novelas Eternas, reúne aquellas que los propios lectores hemos inmortalizado, ya que su relectura la hacemos con el mismo entusiasmo de la primera vez. Desde la madurez, las disfrutamos dando respuesta a las preguntas que nos hicimos entonces, entendiendo la libertad y la valentía para decidir de aquellas mujeres cuyas historias fueron desvelando y componiendo el universo femenino, con espaldas por donde resbalaba el silencio y caras iluminadas por la sonrisa. A sus autores se podrían unir Carmen Laforet, Ana Mª Matute, Rosa Chacel y Elena Fortún entre otras menos conocidas. Y llegados a este punto, sí, echamos de menos a Celia y los veintiún títulos que componen la serie que su autora dedicó a esta niña que creció a trazos de pluma. A lomos del ratón daremos con alguno de ellos, como el que terminaba con “mamá es un hada, porque cuando me da las buenas noches sonríe y se va oliendo a flores”. Qué recuerdos. Ellos nos ayudan a subir la costosa, cansina, inevitable y recurrente cuesta de enero. Ligada a las fiestas, no podía quedarse fuera de estos renglones.