La desafección por la gestión pública y por la política no debe conducirnos al simplismo y al fundamentalismo social
Las redes sociales, además de las grandes ventajas que como herramienta de comunicación y socialización han supuesto para todos, se han convertido también en germen de la radicalización de una parte (pequeña) de la sociedad. Podemos encontrar comentarios y afirmaciones no solo ofensivas, si no del todo falsas que se propagan con rapidez sin que el sentido común sea capaz de actuar como filtro natural. La desafección por todo lo que huele a política (provocada por la corrupción) y a gestión pública y la difícil situación económica que atravesamos y atraviesan las familias ha generado, desde el 15M, un movimiento imparable contestatario, que no comulga ya con ruedas de molino y que ha pasado a fiscalizar a las administraciones en múltiples frentes, sobre todo, en las redes sociales y en la calle. No obstante, cualquier simplificación de la gestión pública es ahora y antes injusta. Nada es blanco o negro, por lo que el diálogo y la negociación deben ser siempre el primer paso para la reivindicación, antes de que la radicalización estéril y simplista se convierta en un caldo de cultivo que genere más problemas de los que soluciona y nos conduzca al fundamentalismo idiota y miope tan fácil de alimentar con consignas estúpidas y sesgadas.