El tiempo en: Chipiona

Jerez

Robot dreams: una entrañable incursión en la aceptación de los sueños y de la realidad

El cuarto largometraje de Pablo Berger es una de las películas más emotivas y auténticas de los últimos años, a la par que inteligente

Publicidad Ai
Publicidad Ai Publicidad AiPublicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad AiPublicidad Ai Publicidad Ai

Antes de ver Robot dreams no había tenido ocasión de acceder a la novela gráfica de Sara Varon en que se basa la película de Pablo Berger. Es importante reseñarlo, porque, a un lado la maravillosa experiencia cinematográfica que supone ver esta bonita y entrañable película de animación sin diálogos, una vez que acaba la proyección te asalta una duda razonable: ¿dónde empieza el talento de Berger y dónde acaba el de Varon? ¿es más mérito de la autora del libro o del cineasta?

La respuesta está en la propia obra y ratifica a Pablo Berger entre los más audaces y extraordinarios creadores de nuestros cine con apenas cuatro películas en 20 años en su filmografía. La adaptación de Berger es un auténtico prodigio y toda una lección de cine, que no sólo nos conecta de lleno con el espíritu de la novela gráfica de Varon, sino que abunda en las posibilidades del cine como vehículo emocional sin renunciar a la realidad ni a referentes narrativos que van desde Chaplin a la extraordinaria Wall-E de Pixar.

Pero, como apuntaba, Robot dreams no sólo reconforta como experiencia cinematográfica, sino que genera una renovada admiración hacia un director que debutó en 2003 con la que sigue siendo una de las mejores películas españolas de este siglo, Torremolinos 73, y tras la que se aventuró en el cine mudo y en blanco y negro con su peculiarísima adaptación de Blancanieves, otra joya imprescindible. Su tercer título, Abracadabra, pese a su notable interés, se ha quedado como una obra menor dentro de su trayectoria, y más aún tras esta sorprendente e inolvidable Robot dreams, en la que aborda cuestiones fundamentales como la soledad, la amistad, los sueños, el paso del tiempo, las huellas del pasado e incluso la aceptación.

Ambientada en los primeros 80 en una Nueva York habitada exclusivamente por animales -recuerda a la sensacional Zootrópolis de Disney, aunque con un más cuidado sentido del humor-, relata la amistad entre un perro y su robot de compañía, y viceversa, sobre todo a partir de una inevitable separación que les empuja a mantener vivos los buenos recuerdos y a confiar en un pronto reencuentro. Es ahí donde la película entra en un territorio en el que conviven sueño y realidad y en el que amoldamos esos sueños a nuestras esperanzas, aunque sepamos que terminará por imponerse la realidad.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN