Los analistas escriben, porque de algo tienen que escribir, que la historia es cíclica, que vuelve a suceder cada cierto tiempo. Que si ahora es tiempo de laicismo llegarán otros de profundas convicciones religiosas, por citar un ejemplo que es actual como la vida misma. Lo que ocurre, quizás, es que esos ciclos son más amplios que los que conducen el día a día de nuestra ciudad, sobre todo en asuntos deportivos que es lo que viene al caso. Y es que en doce años el todavía primer equipo de la ciudad, al menos por categoría futbolística, se ha exiliado en dos ocasiones y en en poco menos de treinta años a dos equipos distintos de la propia ciudad los han echado del Estadio donde habitualmente se cobijaban, al amparo siempre del Ayuntamiento, que aquí, en esta nuestra querida población, el fútbol nunca ha dado ni para poner un puesto de pipas y cuando lo ha podido dar, como ocurrió en la última década, se lo han llevado más o menos por la cara.
Viene esto a colación porque al Jerez Industrial, en la década de los 80, le cambiaron las cerraduras del Estadio Domecq el mismo día en que tenía que jugar un partido de Tercera División, mire usted qué casualidad, ante el Moguer. ¿El motivo? Que sus aficionados no habían querido fusionarse con el Xerez para formar un solo club. Un solo club que lo que podrían juntar, por aquel entonces, eran penas y penurias, pero se quería la fusión y como una de las partes se opuso, pues cerrojazo y al infierno. En la temporada 2001/02, después de que Viqueira y compañía tuviesen que vender entradas en los accesos a Chapín mientras que los titulares lograban el ascenso sobre el césped, se le indicó a Luis Oliver, que no pagaba ni se le esperaba, que cogiese camino a Madrid o a su Navarra natal. Pulso en la cumbre y el equipo que fue exiliado, exilio forzoso, a Sanlúcar, donde estuvo a punto de irse a Primera. A lo mejor si no hubiese vuelto a La Juventud lo hubiese conseguido, pero eso es entrar en el terreno de la utopía.
En este año de desgracia futbolística para el único equipo jerezano, en todas las especialidades deportivas, que militaba en categoría profesional, que estaba en la élite, se le ha impedido jugar en Chapín. No se le ha cambiado la cerradura a la puerta, pero se le indicó el camino de La Granja. Razones se han expuesto para ello. Una sobre toda y es que la confianza en Ricardo García, que ya dejó huella de su paso por el Jerez Industrial al que terminó hundiendo y casi lo que no pudieron hacer los políticos en la década de los 80 estuvo a punto de hacerlo él solo, es nula. Otra que la masa social había dado un paso al lado en unos casos o había trasladado sus sentimientos a otra acera y a otra casa que también lleva el nombre del Xerez. Y finalmente que si no había papeles, que se temía lo peor y la insistencia, no sé bien por qué razones, municipal en que se pida la disolución. No se ha pedido la disolución, la guerra fría se puso en marcha y la misma se incendió con los problemas surgidos en La Granja el pasado miércoles. Allí sucedió lo que sucedió en el minuto 80 y el árbitro, convidado de piedra en todo esto, avivó un fuego que estaba cociéndose lentamente. Montó la marimorena cuando la lluvia de objetos no era perceptible, montó el numerito, también lo montaron los que tiraron la botellona y el vaso, un vaso que estaba debajo del banquillo ilerdense, que también es raro, y salió Ricardo, más quemado que la pipa de un indio, diciendo que en La Granja no se volvía a jugar. Dicho y hecho.
Y el segundo exilio, no mandado ni obligado pero, sí, de alguna manera, forzado se produce doce años más tarde. Las circunstancias son muy distintas, aunque no lo parezcan, a la del año 2001; las situaciones son muy diferentes, algo que es una obviedad y los personajes no son los mismos, tanto que el uno hace doce años aún jugaba al fútbol y los que están ahora en el Gobierno municipal ocupaban escaños de oposición. Pero salvando todas las distancias, parece claro que la historia vuelve a reescribirse en Jerez, que el ciclo de las desavenencias entre clubs y Ayuntamiento ha vuelto; que cuando parecía que la política podría apartarse del fútbol después de aquellos tristes sucedidos no lo ha hecho y sigue muy presente; que los tirachinas de las declaraciones siguen existiendo y, me temo, que la guerra fría ha terminado y va a comenzar la de verdad, no la de los cañones recortados, pero sí la de los juzgados, la de las trincheras, la de los convenios no consolidados e, incluso, si me apuran, saltarán a la palestra de los abogados la negligencia administrativa que tuvo este Ayuntamiento, no precisamente este Gobierno municipal, con dos millones de euros de los ciudadanos, de los administrados, de los contribuyentes, en juego. Ahora saldrá toda la porquería que tenga que salir desde un sitio u otro y, en medio, el que menos culpa tiene, el Xerez Club Deportivo, que se convirtió en una diana fácil para todos, que ha vivido la gloria de su pase a planta y casi para tener el alta, pero que cuando lo mejor tenía, porque se suponía que el concurso era una panacea, cayó de nuevo en estado de gravedad, una gravedad que los malgestores, por no escribir los malnacidos, que estuvieron su alrededor en el último año la trasladaron a un estado comatoso en el que actualmente se encuentra.
Los que están ahora casi velando su cuerpo no parece que tengan capacidad para salvarlo y el entorno es más propicio a quitarle el oxígeno que a proporcionárselo, pero esto Jerez y cosas imposibles se han visto. La historia seguirá.
Jerez
La historia se reescribe en Jerez
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