La situación por la que atraviesa el
PP en este momento es tan grave y ha causado tal aturdimiento que no encontraría explicación ni a través del
Capitán A Posteriori, tan presto a lucir capa y obviedades en cuanto se produce una catástrofe en South Park. Porque uno puede ver venir la debacle de
Ciudadanos, la decadencia de
Pablo Iglesias, el entreguismo sin reparos del
PSOE o el indefendible ascenso de
Vox, pero nadie estaba preparado para advertir de las intervenciones de
Isabel Díaz Ayuso y
Teodoro García Egea, cuya trascendencia e incredulidad recordaron a las de otras sobremesas en las que dejamos de masticar mientras el telediario hacía como si detuviese el tiempo.
Llevamos tantos años jugando a la política ficción, a fantasear e imaginar movimientos estratégicos dentro de los diferentes partidos, a alentar simpatías y enemistades, a calibrar aspiraciones y confusiones, a interpretar gestos y palmadas en la espalda, y a levantar relatos en torno a los líderes de uno y otro partido como si fuésemos los guionistas de
Borgen, que hemos sido víctimas de nuestra propia previsibilidad, incapaces de aceptar esa máxima que dice que no hay como la realidad para superar a la ficción. Y el PP, durante 24 horas, ha sido el más decidido a la hora de ofrecernos un ejercicio práctico de política no ficción y retratar nuestra propia ingenuidad.
Queda por ver si todo ha sido premeditado o si ha obedecido a un arrebato de inconsciencia; e incluso si, caso de ser premeditado, quien se ha encargado de ejecutar cada una de las maniobras merece seguir ocupando el cargo que ostenta, en virtud de esa ejemplaridad a la que tanto se alude y que, por otro lado, parece tan mal entendida por quienes exigen su práctica -un detalle del que la oposición al PP habrá tomado buena nota-, por mucho que se arroguen el liberador ejercicio de señalar en mitad de la plaza del pueblo a quien consideran culpable de algo: ser ¿mejor?, ¿una amenaza?, ¿mal compañera?, ¿encubridora?, ¿presunta corrupta?
Porque, por encima de todo, lo que importa es lo que se dijo. Por eso mismo resultaban igualmente cruciales las siguientes 24 horas, inauguradas por la entrevista concedida por
Pablo Casado a Carlos Herrera, y en las que el PP ha optado por invitarnos a transitar de nuevo por los territorios de la política ficción hasta intentar que “lo que se dijo” quede reducido a un desliz, a un leve recuerdo después a una sesión de hipnotismo: “1, 2, 3. Despierta”.
¿Y cómo se construye una ficción? En primer lugar, a partir de la lógica diferenciación entre buenos y malos. Prueben a repasar las portadas de los periódicos de este sábado para identificarlos. Y en segundo lugar, practicando la confusión mediante la multiplicación de voces, opiniones, salvadores, posturas y reclamos que distraigan de “lo que se dijo”.
El ejercicio de escapismo es evidente, pero discurre por entre las ruinas causadas por la implosión a la que fue sometido el partido este jueves, convertida en toda una invitación a hacer apuestas en torno al tiempo que iba a tardar
Santiago Abascal en llamar a Díaz Ayuso si la dirección del PP seguía adelante con el expediente y la más que presumible reprobación de la presidenta de la comunidad de Madrid.
En cualquiera de los casos, y por mucha ficción por la que nos dejemos llevar, pierde el PP y gana Vox, ante la dificultad de reconstruir ahora la confianza del electorado de un partido que creyó en las opciones de Pablo Casado para disputarle el título de yerno ideal a Albert Rivera y Pedro Sánchez, pero sin que el propio Casado tuviera en cuenta que había fallado al elegir a sus testigos: García Egea de mano derecha, y
Alberto Casero, mano derecha de este último -vaya mes infame para recordárselo-.
El daño está hecho, pero no solo al partido. Podrá haber dimisiones, acercamientos, disculpas, retractaciones, un abrazo entre Casado y Ayuso -¿sueñas?-, y hasta un congreso extraordinario si hace falta, pero nada que mitigue el cansancio ante tantas decepciones.