El Café Central, histórico bar que inventó unos peculiares nombres para pedir esta cotidiana y popular bebida en sus diversas formas, echa el cierre este domingo en Málaga tras más de un siglo de vida y deja un sabor amargo a vecinos y turistas con numerosas experiencias y anécdotas en este mítico establecimiento. Los primeros vestigios que se tienen de la existencia del local datan de 1920 gracias a la publicidad de una revista turística de la época.
Sin embargo, no fue hasta 1954 cuando el empresario Pepe Prado adquirió tres céntricos establecimientos de cafetería cercanos entre sí y los fusionó, permaneciendo únicamente el que estaba entre los tres. Prado cambió la manera de pedir un café en Málaga.
Desde entonces, las opciones son un “solo”, un “largo”, un “semilargo”, un “solo corto”, un “mitad”, un “entrecorto”, un “corto”, un “sombra” y una “nube”, en relación a la cantidad de café que querían los clientes. En este local es incluso posible pedir un “no me lo ponga”.
Sombra, nube o mitad
Esta ingeniosa idea surgió por “pura economía” y “un poquito de cachondeo”, pero consiguió calar hondo en los malagueños, explica a EFE el actual dueño e hijo del fundador, Rafael Prado, que añade que en los años de posguerra había escasez de granos de café y a su progenitor se le ocurrió esta nueva forma de ahorrar con “guasa”.
Ahora el actual propietario ha dicho “basta” y ha decidido despedirse este domingo de toda una vida en el Central. La prohibitiva subida de los alquileres del establecimiento, que hace que la mayor parte de los beneficios del negocio vaya a la propiedad, le ha llevado a tomar esta decisión, que sume a Rafael en una profunda tristeza.
Las paredes de un bar centenario encierran muchas historias. A lo largo de las décadas, en el Café Central se han vivido pedidas de mano, celebraciones de boda, desamores y rupturas, apariciones estelares de famosos, políticos e intelectuales e incluso supuestas apariciones fantasmales de un lotero que falleció en su interior.
Muchas anécdotas
Se vivió incluso el intento de suicidio de un chico en los baños del recinto tras una fuerte discusión entre una joven pareja. Uno de los empleados se extrañó por la tardanza del hombre así que acudió al aseo, derribó la puerta y asistió a una persona que se había hecho un corte en las venas y se estaba desangrando. Otra de las anécdotas que Rafael no olvida corresponde a los extravagantes desayunos de los turistas extranjeros.
Prado recuerda ver a japoneses mojando churros en cerveza y Coca-Cola y cómo un grupo de británicos se pidió, al mismo tiempo y por persona, un café, un zumo de naranja y medio litro de cerveza.
Durante sus últimas horas de vida, clientes y amigos del dueño del Central pertenecientes a una tuna homenajean al “emblemático” local con una canción que nombra los tipos de café, mientras almuerzan y se despiden. Uno de ellos, Francisco Escobar, declara a EFE que tiene “sentimientos encontrados” por el cierre, pero también “tristeza”.
En esta reunión está presente, entre otros, la esposa de Rafael, Trinidad Fernández, que acudía al Central desde los 16 años y antes de conocer a su marido para “ver de incógnito” a los actores que actuaban en el Teatro Cervantes de Málaga y hacían una parada en el local para tomar un café o una copa.
Tristeza y recuerdos
Fernández ha señalado a EFE que el Central es “irrepetible” y que siente “mucha pena” por su cierre, al igual que otro de sus clientes, Francisco Espadas, “Miliki”, que asegura que está allí para decirle un “hasta siempre” y se niega a despedirse del lugar ya que tiene el pálpito de que se podrá volver a disfrutar de él.
El Central ha transformado la manera de pedir esta bebida hasta el punto de que, cuando un malagueño pide un “sombra” o un “mitad” lejos de su tierra, lo identifican como malacitano en otros puntos de España e, incluso, pueden llegar a atender su petición, lo que representa un orgullo para Prado.
No faltan los deslices de malagueños que, acostumbrados a la provincia, creen que serán entendidos fuera de ella, como un amigo de Rafael, que pidió en Madrid “un sombra doble y un pitufo con colorá”, lo que hizo que el camarero se quedara aturdido. Ahora cierra el Central, pero con él permanecen miles de recuerdos e historias.