Conversando hace unos días con un chaval que está preparándose para opositar a Policía Nacional, me volvió a asaltar la idea de que en este país se están haciendo las cosas con el culo, en materia de educación –y en otras tantas también–. También habría que darle su parte de responsabilidad o culpa a la intoxicación social que nos engulle y nos plantea como mejor salida profesional, el funcionariado, y que conste que no tengo nada en contra de los funcionarios (salvo los que nos refriegan su arrogancia, prepotencia y sobre todo, su pasotismo en las labores que le encomiendan), pero es lamentable que ante la antigua pregunta de ¿qué quieres ser de mayor?, la mejor respuesta posible, o mejor dicho la más común sea: funcionario.
Quizás tenga otra tanta parte de culpa el mercado laboral y sobre todo el panorama económico, pero creo que sin haber hecho ninguna tesina sobre el tema, me atrevo a aventurar que no puede ser muy positivo, para un país, que sus jóvenes pierdan la iniciativa y quieran buscar amparo bajo el ala del Estado.
Lo mejor o mejor dicho –valga la redundancia–, lo peor, es que nuestro mercado laboral necesita personas cualificadas, sin ir más lejos nuestra sanidad precisa de 25.000 médicos, que seguramente tendremos que importar. Si echamos un ojito a las cifras, resulta que de los inmigrantes que nos abordan, el 16% tiene estudios universitarios, frente al 11% de españoles.
Pero como tantas otras cosas importantes en este país, no pasa nada. Desde siempre, el pueblo no ha tenido fácil acceso a la cultura, de hecho, no hace muchos años sólo estudiaban algunos, mientras que otros bien por carecer de medios o bien porque la familia precisaba de otras manos para alimentarse, se dedicaban a las labores menos cualificadas.
Pero resulta que ahora todo el mundo –algunos mas fácil y otro más difícilmente– tienen posibilidad de emprender una carrera, pero aun así seguimos abandonando los estudios a muy temprana edad, y son muy pocos los que se animan a cursar una carrera.
Quizás todo empiece en los primeros años de colegio, cuando ya en quinto o sexto curso, comienzan a llover los suspensos y el niño –porque lo impone la mayoría de la clase– lo ve normal, porque es lo normal. Mientras que el que saca sobresalientes, es considerado un empollón; y no olvidemos que en el fondo este es un calificativo despectivo hacia aquel que hace lo que debe, en algunas ocasiones, con menor capacidad de los que muchos de los otros, los que se ríen de sus suspensos, tienen. Y así nos va.
Cierto es que una carrera no es la panacea, ni mucho menos te asegura el éxito; eso te lo tienes que currar tú solito. Pero sí te habré un abanico más amplio de posibilidades.
En las últimas elecciones PP y PSOE se echaban a la cara los datos del informe PISA que nos dejaba en muy mal lugar a los españoles, muy lejos de países que están muy por debajo de nosotros en lo que a industrialización se refiere. No sé si este estudio será significativo en esta ocasión, o la vocación al funcinariado es algo más complicado a tener en cuenta.
Pero lo que sí sé, sin que ningún informe me lo diga, es que es muy triste que haya tan poca iniciativa y tan poca vocación. Lo mejor de todo es, que después uno de esos pocos lumbreras, los que se lo curran desde la cuna, se prepara, se sacrifica, se labra un futuro y después los de los suspensos, las juergas y el cachondeo cuando lo ven pasar por la calle se dicen: no tiene suerte el cabrón. Suerte no, iniciativa y dos cojones.