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La crisis financiera puede traer la humanitaria

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Pasada la cumbre de Washington, donde los líderes de las principales economías del mundo, ricas y emergentes, sellaron con una foto el acuerdo de una acción pública masiva, pienso en lo que ha de significar el desarrollo para el mundo, para todo el mundo, puesto que si es el mejor de los bienes hay que hacerlo extensivo a toda la humanidad. El hecho de que no se acepten límites éticos al desarrollo, que los pobres cuenten apenas nada en los foros de las superioridades, el iceberg de la injusticia nos apunta de frente. El problema no es un nulo proteccionismo, sino el cómo ayudar a los países en recesión, pobres o subdesarrollados. Si son migajas para las muchas necesidades se habla de indiferencia egoísta o de practicar la mera beneficencia.  Si es mucho lo que se entrega, puede brotar la ociosidad y  la corrupción. Si la inversión es en escuelas y hospitales se corre el riesgo de ser etiquetados como dominadores.  Por desgracia, suele pasar que cuando un líder lanza una propuesta casi siempre otro dice lo contrario. Al final, siempre pierden los mismos, quienes viven en la miseria, que suelen quedarse igual con cumbre que sin ella. La crisis financiera puede llegar a convertirse en una crisis humanitaria si no actuamos.

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