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Esclavos portugueses del III Reich consiguen su sitio en la historia

Por fin su homenaje en una exposición en Lisboa que recupera sus nombres y los aciagos caminos que siguieron hasta acabar en la Alemania nazi

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  • El tirano nazi -

Fueron al menos 1.000 y, hasta ahora, han sido ignorados por la historia. Los portugueses esclavizados por el III Reich reciben por fin su homenaje en una exposición en Lisboa que recupera sus nombres y los aciagos caminos que siguieron hasta acabar en la Alemania nazi.

Abel Carvalho, Alberto de Oliveira, Fernando de Barros, Sérgio Amorim o João Fernandes... la lista incompleta de nombres ahora rescatados da la bienvenida a la exposición "Los trabajadores forzados portugueses en el III Reich", que pone el foco en una cuestión escondida por la dictadura del Estado Novo (1926-1974).

Fue un asunto de supervivencia casera. Acabada la II Guerra Mundial, recordar -o admitir- conexión alguna con el derrotado III Reich, otrora objeto de simpatías, significaba para el salazarismo ver empañada la heroica imagen de su gestión que propagaba en Portugal.

Así, la realidad de estos trabajadores forzados quedó convertida en un "tema tabú", explica a Efe el investigador luso António Carvalho, incompatible con el tajante discurso oficial: "Portugal no se involucró en la guerra y no hay portugueses involucrados en la guerra".

Pero hubo al menos mil, según ha logrado documentar el equipo internacional en el que trabaja Carvalho, que recopiló durante tres años datos de archivos en Reino Unido, España, Francia y Alemania para dar con ellos y que ahora está convencido de que hay muchos más.

Las pruebas integran la exposición en Lisboa, dividida en tres apartados que reflejan las tres formas en las que llegaron a ser esclavos en la Alemania nazi, donde fueron empleadas forzadamente alrededor de 15 millones de personas, recuerda Carvalho.

Hubo dos formas de llegar, voluntaria o involuntariamente, y en ambos casos, al final, no hubo posibilidad de escape. Un primer contingente de portugueses, al menos cien, se sabe ahora que fueron esclavos del III Reich en campos de concentración a los que llegaron desde Francia al inicio de la ocupación alemana.

Eran judíos, descendientes de judíos o miembros de la resistencia gala, y la mayoría estuvo en Dachau y Buchenwald (22 portugueses en cada uno), aunque el rastro luso está presente en todos, también en Mauthausen, donde compartieron penurias con los españoles.

El segundo grupo corresponde a alrededor de 400 lusos que se encontraban en campos de refugiados de Francia tras huir de la Guerra Civil española (1936-1939) y que, con la llegada de los nazis, fueron enviados Alemania y "países satélites". Algunos se ofrecieron voluntariamente para poder salir de allí.

Pero el tercer contingente, al que la exposición dedica gran espacio, fueron los voluntarios que quisieron trabajar para el III Reich atraídos por las condiciones laborales que prometía la propaganda alemana al inicio de la década de los años 30 y que posteriormente quedaron atrapados.

Como Portugal carecía de un acuerdo laboral con el III Reich, algo con lo que sí contaba la España del dictador Francisco Franco, muchos lusos cruzaron la frontera y acabaron por inscribirse en centros de Galicia, donde su nombre se confundía fácilmente con el de los trabajadores españoles.

"La confusión entre nombres es muy obvia, a veces solo cambiando una 's", expone el investigador, quien considera que a través de este sistema se "empezó a diluir" la nacionalidad de los trabajadores lusos.

Por esta vía, también desde Francia, entraron en Alemania con una documentación falsa que años más tarde, cuando los nazis comenzaban a perder la guerra, se convirtió en un candado que les impedía salir y les convirtió en trabajadores forzados.

"Cuando ellos quieren regresar, cuando se sienten sitiados, confinados, cuando se vuelven trabajadores forzados, no tienen su nacionalidad, su pasaporte para poder reclamar", cuenta.

Los rastros del equipo en el que trabaja Carvalho se entremezclan y parecen no tener fin. Su investigación, plagada de primeras veces, es "difícil de cerrar" y, subraya, muy posiblemente crecerá si consiguen acceder a archivos en Bélgica, su siguiente gran objetivo.

Mientras, se afanan en hablar con los pocos testimonios que aún quedan, principalmente los hijos de los trabajadores forzados portugueses, que no volvieron a su país tras la guerra y pasaron gran parte de su vida buscando el reconocimiento que ahora pretende darles esta exposición.

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