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Notas de un lector

Humana travesía

Federico Gallego Ripoll aúna la tradición y la modernidad, la pureza y la certidumbre de quien entiende este oficio como algo sagrado

Publicado: 31/07/2020 ·
18:27
· Actualizado: 31/07/2020 · 18:27
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Con “Las travesías” (Renacimiento. Sevilla, 2020) obtuvo Federico Gallego Ripoll el premio Juana Castro en su última convocatoria. Destacó entonces el jurado la calidad y coherencia del poemario, así como la musicalidad versal que lo acompañaba. Ahora que el lector ya puede tenerlo entre sus manos coincidirá, a buen seguro, con aquel criterio. Porque el decir de este manchego (1953, Manzanares) afincado hace tiempo en tierras mallorquinas aúna la tradición y la modernidad, la pureza y la certidumbre de quien entiende este oficio como algo sagrado.

    Dividido en tres apartados, “Isla del aire”, “Los desembarcaderos” y “La sal en el plato”, el volumen viene signado por la búsqueda de una realidad donde la palabra sea bálsamo y redención; es decir, donde el don humano de lo expresado sea cómplice cobijo para entendernos, y también amarnos. Porque en la reciprocidad que establece el mensaje del yo con el receptor, radica la verdad de un conocimiento que pueda llegar a ser comunicación: “Este papel te moja, no lo toques (…) No lo toques, que no se venza el tiempo/ del lado de lo sido;/ que aún podamos creer en los milagros;/ que aún la vida te aguarda,/ y a mí,/ y a este poema,/ en tu mirada líquida,/ pues tú eres, al leerme, quien me escribe”.

     En el anhelo de vivir despacio su verso, de refundar la emoción de lo ya visto, de indagar en la lucidez que otorga retornar a un espacio donde no se estuvo, Gallego Ripoll recrea sabiamente un territorio muy personal. Y, a su vez, habitable para todo aquel que sepa que en la urdimbre de cada estación, de cada gesto, está uno mismo, solísimo y unísono: “Hoy/ no me inhibe el miedo: hoy/ saben mis dedos modelar arcilla,/ hacer panes de luz,/ dulces meriendas/ mientras te espero”.

     Era W.H. Auden quien afirmaba que la poesía nos hace sobrevivir, aunque desde sus adentros, desde sus esquinas, parezca que nada produzca, nada evoque. En estos versos del escritor manzanareño hay una textura cosida con hilo grueso, pespunteadas con una aguja exenta de imposibles. Y son, precisamente, esos hilvanes vitales los que generan una materia palpable, creíble, casi conocida, a más que detrás de lo expuesto surja la sombra de un horizonte inalcanzable. Por eso, el verbo fluido de Gallego Ripoll sobrevive, se alza y zarpa con “sus peces y sus algas y el viento por las velas”, y se hace travesíahumana y latidora.

Acude el poeta a “la memoria del agua”, sabedor de que “de ahí venimos todos, mientras vamos”. Y él, que bien conoce los enigmas, las sombras y las dichas de las islas, se sume y se sumerge en las aguas que renuevan su mañana.

    Al cabo, un libro intenso, sensible en su caligrafía, sensitivo en sus rasgos y que trasluce el decir de un poeta que escribe con mayúsculas su lírica honestidad: “Arde el verso y no quema la mañana/ la luz en flor crecida en la frontera./ Arde el verso en la mano del que escribe,/ y nadie ve esa luz salvo los pájaros/ que en estampida se alzan de los árboles;/ los pájaros que están sólo en su vuelo/ igual que en su inmanencia está el poema”.

 

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