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“Como víctima de ETA, me siento moneda de cambio del Gobierno de Pedro Sánchez”

María Ana Suar, hija del médico asesinado por la organización criminal en 1983, duda del arrepentimiento de Otegi. “¿Los asesinos tienen corazón?”, se pregunta

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Para María Ana Suar, cada uno de los cinco puntos de la denominada Declaración del 18 de octubre que leyó el coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, durante unas jornadas internacionales celebradas en Aiete, para conmemorar el anuncio del cese definitivo de la violencia de ETA, el 20 de octubre de 2011, son balas. Todas hieren, pero una de ellas mata la dignidad de las víctimas del terrorismo.

“¿Verdaderamente Otegi se acuerda de que Irene Villa se quita las prótesis de las piernas” para meterse en la cama? “¿Verdaderamente Otegi siente el dolor de cada viuda, de cada huérfano? ¿Verdaderamente Otegi sabe quién soy? ¿Verdaderamente es sincero? ¿Los asesinos tienen corazón?”, pregunta la hija de Alfredo Jorge Suar, facultativo del penal de El Puerto, al que la organización criminal le quitó la vida en 1983.

“Ojalá hubiera sido sincero”, responde, “pero acto seguido -remarca- dice que está dispuesto a votar los Presupuestos Generales del Estado si es necesario para conseguir la excarcelación de los 200 etarras aún en prisión”.

La puesta en escena, sus palabras, todo es simplemenete una componenda política, concluye. “Ni ha pedido perdón ni está dispuesto a colaborar para esclarecer los 300 muertes (entre ellos, el de su propio padre) sin resolver”. 

Es un paripé y me da mucha pena porque Pedro Sánchez está haciendo cualquier cosa por un sillón. Y yo me siento como moneda de cambio”, agrega, sin ocultar su decepción, muy especialmente con el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, que sufrió en sus propias carnes el acoso de ETA como objetivo de la banda terrorista pero, sin embargo, ha propiciado, el acercamiento de los presos a Euskadi, tal y como ha reclamado de manera histórica la izquierda abertzale, y ha cedido, asimismo, las competencias de las instituciones penitenciarias al Gobierno vasco.

Tampoco oculta el desconsuelo ante la insesibilidad “a la extorsión y la amenaza que han sufrido muchas personas, tener que mirar los bajos del coche, el miedo, exiliarte, estar marcado allá donde vayas”. Y ante todas las muertes. “Es muy difícil para una viuda sacar a sus hijos adelante sin rencor ni odio”, reconoce. Porque, a principios de los ochenta, cuando ETA destroza su familia, una familia incapaz de recomponerse, como todas, había noticias de asesinatos con mucha frecuencia. Con cada uno, revivía la tragedia.

“Mi padre era un padre de diez”, recuerda. Y como profesional. Muy querido en El Puerto, como pediatra ayudó a muchas familias proporcionándoles leche y pañales, artículos exclusivos en la época, e hizo frente a la meningitis, que tanta preocupación despertó entonces.

Durante algunos años, María Ana sintió que no estaba a la altura, que no había honrado convenientemente a su padre por no involucrarse en la investigación de su asesinato. Había visto a otras familias encontrar obstáculos insalvables, “expedientes que no aparecen”, delitos que prescriben, y decidió echarse a un lado. Pero “la espinita la tengo clavada”, confiesa.

También reconoce que aún hoy sufre cierta tensión cuando sale de casa y ve estacionado en las inmediaciones un vehículo no habitual o cuando viaja con la familia. Es la herencia de años de amenazas. Primero fue a vivir a casa de una tía. Después, pasó una temporada en el Reino Unido. Volvieron. Siempre con escolta policial y con el calor de los vecinos de El Puerto. Lamentablemente, la movilización ciudadana contra ETA en el conjunto de España ha desaparecido.

“Parece que si sales con una bandera de España eres un facha y no, se trata de defender lo nuestro”. Lo nuestro es la dignidad y la memoria. No hay que olvidar a los muertos, que “fueron los valientes”, ni que la banda terrorista “no está disuelta”, sostiene.

“Son el mismo perro con distinto collar”, advierte. Primero anunciaron que renunciaban a las armas y procedían a su la disolución. Luego entraron en las instituciones como partido político. Ahora tienen una capacidad de presión que no se explica. “¿Por qué influyen tanto en Madrid? No sé lo que está pasando”, reconoce.

Tal es así que espera cualquier cosa. “¿Que entren en el Gobierno? ¿Que el País Vasco consiga finalmente la indepencia? No lo sé”, insiste. “Cualquier cosa es posible”, añade, pero la que espera que no pase nunca, dice con tono suplicante, “es que vuelvan a las armas, que vuelvan matar”.

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