El número de uniones mixtas, entre inmigrantes y españoles,
se ha duplicado en los últimos 20 años en la provincia. Según los datos contenidos en el Anuario de la Inmigración 2020, elaborado por el Cidob (Barcelona Centre for International Affairs), en términos relativos,
ha pasado de representar el 3,4% del total en 2001 al 6,5% en 2019.
La estadística refleja un crecimiento especialmente acusado hasta 2011 y menor hasta la actualidad. Según el coordinador general de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDH-A), Diego Boza, en la primera década
el matrimonio era la única manera de evitar la separación, pero a partir de 2013, con sentencia del Tribunal Supremo, también es posible alcanzar la residencia de familiar no comunirario de la UE por medio de las
parejas de hecho. De modo que los datos que reflejan el estudio, elaborados con los censos de 2001 y 2011, la Encuesta Continua de Hogares 2019 y las estadísticas de matrimonios y nacimientos del Movimiento Natural de la Población, pueden quedarse cortos.
Cádiz, en cualquier caso, está lejos de Orense, donde las uniones mixtas representan el 13,9%, e incluso
se sitúa por debajo del promedio nacional, que se sitúa en el 7,8%. Los autores del estudio explican que los territorios con un mayor índice “agrupan una diversificación importante de procedencias que, posiblemente, responden asimismo a motivaciones variadas para la movilidad, entre las que
coexisten las más laborales con aquellas asociadas a las generadas por el propio turismo de costa”. Además, detecta una
mayor endogamia entre las personas magrebíes, colectivo más numeroso en la provincia.
Por otra parte, el documento advierte de que las parejas mixtas sufren
en muchas ocasiones rechazo por parte de sus respectivas familias y la sociedad en general; a veces las propias parejas mixtas despliegan un amplio abanico de prejuicios y actitudes discriminatorias hacia otros grupos inmigrantes y minorías étnicas; y la experiencia de ser descendiente de una unión mixta es heterogénea y depende de su visibilidad social: l
os no estigmatizados viven la experiencia de manera ventajosa; los más visibles, de manera negativa.
“El hijo de un matrimonio entre un ciudadano español y otro argentino
no es tratado de la misma manera que el hijo de un matrimonio entre un ciudadano español y un senegalés”, lamenta Boza, quien remarca que
“gran parte de la discriminación se construye con la mirada”.
“Aún asistimos por desgracia a conductas racistas y de rechazo a lo que percibimos como diferente,
desde prejuicios y micro racismos en el día a día hasta las conductas puramente discriminatorias”, afirma, en este sentido, Yolanda Rosado, responsable de comunicación en el Centro de Acogida a Inmigrantes (CEAin).
Ante estas amenazas, “es importante tener en cuenta que, si no se realiza un correcto abordaje de la diversidad en contextos sobre todos socioeducativos, se puede dar la situación de que chicos y chicas nacidas en España con padres y/o madre extranjeros, la llamada segunda generación, puedan
albergar sentimientos a veces de confusión o desarraigo si siente que son percibidos como una otredad tanto desde la sociedad propia como la de origen familiar”, añade la también referente del proyecto Stop Rumores de Andalucía Acoge en Jerez y del proyecto Owo contra los discursos del odio.
Por ello, concluye, “nunca dejaremos de insistir en la
importancia de fomentar el diálogo interculural en todos los ámbitos y de promover la inclusión de todas las diversidades que conforman nuestra sociedad”.
Mónica, casada con un senegalés: “Si voy sola, la gente es más amable conmigo”
Mónica Murphy, inglesa afincada en Jerez, lleva once años casada con Passian, camerunés, y admite que, “cuando estoy sola porque él está de viaje, noto la diferencia, todo el mundo es más amable conmigo que cuando me acompaña”. Murphy lamenta el racismo latente en nuestra sociedad, que se refleja en que
te vigilan en supermercados y tiendas, “las miradas, las maneras de servirnos en los bares...”. Concreta con una anécdota. “Un día íbamos en el tren de Sevilla a Jerez y un señor nos miraba fijamente, hasta se dio la vuelta para seguir mirándonos”, relata. “Mi marido le preguntó: ‘¿Me conoce?’ Y el hombre me respondió a mí:
‘No lo sé, son todos iguales, ¿no?”. Murphy es consciente de que todo el mundo no es así, pero queda un gran trabajo por delante, “sobre todo en lo que se llama racismo casual, sin mala intención pero igualmente dañino, como
usar la palabra negro o negrito para dirigirse a él”.