No se sabe si fue por su elegancia y rostro angelical, por su frescura en la pantalla o por su sangre aristocrática, lo cierto es que Audrey Hepburn, tras una infancia pobre de afecto en la que el hambre también estuvo presente, como en un cuento de hadas, se convirtió en una princesa de Hollywood.
Tenía talento, gracia y encanto personal. “Audrey es un icono, está por encima de las modas. Su imagen es tan moderna y fresca como en los años 60”, dice en una entrevista con Efe el escritor, periodista y editor Juan Tejero, autor de Audrey Hepburn, una princesa en la corte de Hollywood (T&B Editores).
Aunque su vida sentimental ha sido objeto de muchas biografías no autorizadas, este libro presta más atención a los entresijos profesionales y a la infancia de la actriz que a su vida amorosa.
“Vivió una niñez difícil, pero tras su éxito disfrutó de una vida tranquila y discreta, ajena a los escándalos y episodios morbosos”, explica Tejero, experto en temas cinematográficos.
Nacida en el seno de una familia aristocrática en Bélgica, a Audrey Hepburn nunca le gustó hablar de su infancia, un periodo de su vida muy pobre de afecto y que siempre fue tabú. “El abandono de su padre fue el mayor trauma de su vida”, asegura Tejero.
El autor cuenta que la protagonista de Desayuno con diamantes fue víctima de la distante y severa personalidad de su madre. “Era fabulosa, tenía mucho amor, pero era incapaz de expresarlo. Buscaba unas caricias que a veces las encontraba en brazos de institutrices”, desveló en una ocasión Hepburn.
Por desgracia, el hambre y la desnutrición estuvieron presentes en la niñez de la actriz. Al final de la II Guerra Mundial, su familia no tenía leche, ni huevos, ni electricidad, ni agua corriente, “se alimentaban con tulipanes, pan de guisante y alimentos más o menos comestibles”, según relata Tejero.
Eran tiempos en los que las redadas por la fuerza de mujeres y jóvenes para trabajar como empleadas domésticas eran habituales. En una de ellas, Audrey se vio atrapada, pero, ante el descuido de un soldado, puedo huir y se escondió en el sótano de un edificio, donde permaneció un mes y “sobrevivió comiendo manzanas y un poco de pan”.
Su madre pensaba que había muerto, pero Audrey salió de su escondite y se presentó en su casa, eso sí, enferma de ictericia. Ambas emigraron a Londres, donde la protagonista de Guerra y Paz pudo continuar con sus añoradas clases de ballet y estudios de Arte Dramático, mientras la baronesa trabajaba como limpiadora.
Con media docena de papeles insignificantes en Gran Bretaña, la joven actriz deslumbró en Brodway con Gigi, papel que la convirtió en la más prometedora de las estrellas de la Paramount. Y así se convirtió de cenicienta en princesa. “Era una actriz completa, muy dúctil, capaz de tocar varios géneros”, asegura Tejero.
En un principio con filmes como Vacaciones en Roma o Sabrina corrió el peligro de encasillarse como una actriz de comedia romántica, pero tras Historia de una monja, Hepburn demostró que era capaz de hacer papeles dramáticos. No siempre hizo buenas películas, pero en todas dejó su sello personal.