La Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes ha fallado recientemente el premio de la XLVIII edición del prestigioso Certamen de Cuentos ‘Puente Zuazo’, una convocatoria a la que se presentaron numerosos trabajos procedentes de treinta y ocho provincias españolas y diversos países como Argentina, Francia, Irlanda, Israel y Méjico.
El escritor, profesor y periodista cubano afincado en Madrid, Luis Manuel García Méndez resultó ganador con su obra titulada ‘Mobile art’, presentada bajo el sedónimo ‘Dédalo’. La entrega del premio del concurso ‘Puente Zuazo’ se llevará a cabo dentro del programa de actos del curso académico 2022-2023 que comenzará el próximo mes de octubre, si bien en esta entrevista ofrecemos detalles sobre el relato ganador, aportados de primera mano por su autor, con quien también conversamos sobre su trayectoria y aporta sus particulares reflexiones relativas a los diferentes estilos de hacer literatura que él cultiva y otros temas de actualidad.
-‘Mobile Art’ es el relato ganador de la última edición del concurso de cuentos ‘Puente Zuazo’. ¿Qué se narra en esta historia con un titular anglicista y sugerente?
En este cuento se sigue el trayecto de un rider en su bicicleta de reparto por las calles de Madrid mientras reflexiona sobre la definición del arte, la próxima clase que impartirá a sus alumnos en la universidad, porque este rider que pedalea un camino de Santiago a la semana para complementar su vergonzoso salario, es profesor asociado en la universidad y tiene un doctorado. De modo que confluyen aquí varias preocupaciones de la modernidad: las dudas sobre qué es arte y qué es marketing en este mundo posmoderno, el desprecio por el talento que practican no solo las empresas privadas sino las públicas cuando este no ofrece un retorno económico inmediato, la precariedad en la vida de los jóvenes más talentosos que los empuja a emigrar, etc. No hay moralina ni moraleja. Simplemente un trozo arrancado a la cotidianía y empaquetado con los recursos de la narrativa.
-¿Cómo conoció la convocatoria del premio internacional ‘Puente Zuazo’ y qué le supone haber resultado ganador para su currículum?
La conocí por Internet, como casi todo hoy (o eso parece). Puente Zuazo es un concurso asentado, con una larga tradición y prestigio de excelencia, y es, por tanto, un reto. Un cuento tiene que defenderse por su cuenta, sin que medien currículums o compadreos literarios. Y eso es algo que todo escritor debe probar cada cierto tiempo. ¿En qué medida mi literatura continúa bastándose a sí misma, sin elementos colaterales, para tocar la sensibilidad de lectores entendidos?
«EN ESTE RELATO CONFLUYEN VARIAS PREOCUPACIONES DE LA MODERNIDAD: LAS DUDAS SOBRE QUÉ ES ARTE Y QUÉ ES MARKETING EN ESTE MUNDO POSMODERNO, EL DESPRECIO POR EL TALENTO QUE PRACTICAN NO SOLO LAS EMPRESAS PRIVADAS SINO LAS PÚBLICAS CUANDO ESTE NO OFRECE UN RETORNO ECONÓMICO INMEDIATO, LA PRECARIEDAD EN LA VIDA DE LOS JÓVENES MÁS TALENTOSOS QUE LOS EMPUJA A EMIGRAR…»
-Usted posee un amplio bagaje como novelista, con una docena de libros publicados. ¿El relato corto le resulta más liviano a la hora de contar historias? ¿En qué estilo literario se mueve con mayor comodidad?
Cada historia te pide su formato. La novela es un estuario: la corriente principal se bifurca en cientos o miles de pequeños ramales. Nuestra vida suele ser así: se bifurca con cada cambio y se enriquece con cientos de afluentes inesperados. Mi última novela, la historia de un amor otoñal, es también la historia de la soledad, de la intolerancia, de quienes no se adaptan con celeridad a un mundo en frenética mutación, la historia del fracaso de una sociedad, y obviamente, todo eso no cabe en un cuento. El cuento es un torrente de montaña: se despeña a toda velocidad por un cauce estrecho y pedregoso. No puede permitirse desviaciones ni alternativas. Hay cuentos que, de estirarse, darían una mala novela. Hay novelas con tantos elementos superfluos que bien podrían reducirse a un cuento, aunque generalmente a un mal cuento, porque los buenos cuentos ya nacen como ciervos o caballos: apenas venir al mundo ya pueden ponerse en pie y correr por su cuenta. Por eso me siento bien en ambos siempre que el argumento llegue con su formato y yo respete esa partida de nacimiento. Intentar forzar el argumento es como convertir a un animal nocturno de Ibiza en monje de clausura.
-¿Qué momento están viviendo el relato corto y los certámenes literarios que se convocan? ¿Gozan de buena salud? ¿Qué tipo de lector cree que tienen los cuentos con respecto al seguidor de la novela o de la poesía?
Existe una rica tradición del cuento en nuestra lengua, en parte por necesidades expresivas y en parte por la precariedad del oficio, que nos obliga a ganarnos el pan de otros modos. En esas horas robadas que dedicamos a la literatura no siempre disponemos del tiempo físico y mental para la novela. Y esa tradición continúa, aunque no estoy suficientemente informado como para evaluar si estamos en un momento equiparable a la cuentística del 98 o a los precursores del boom latinoamericano que hicieron del cuento su expresión más renovadora (Borges, Felisberto, Carpentier, Novas Calvo…). Lo que sí sigue siendo notable es la cantidad de concursos de cuento convocados anualmente en España y la gran participación, algo que presupone la buena salud del género. Un género que yo siempre le recomiendo a los buenos lectores de poesía.
«EL PUENTE ZUAZO ES UN CONCURSO ASENTADO, CON UNA LARGA TRADICIÓN Y PRESTIGIO DE EXCELENCIA, Y ES, POR TANTO, UN RETO. UN CUENTO TIENE QUE DEFENDERSE POR SU CUENTA, SIN QUE MEDIEN CURRÍCULUMS O COMPADREOS LITERARIOS. Y ESO ES ALGO QUE TODO ESCRITOR DEBE PROBAR CADA CIERTO TIEMPO»
-Su nombre está consustancialmente vinculado a la nueva narrativa cubana nacida de aquella generación de los ochenta en la que influyen tanto la situación social como política, tras los ‘novísimos’ como primera generación de escritores cubanos nacidos tras la revolución. ¿Cómo ha sido su evolución literaria en función de ello?
Dicen que uno es para siempre de donde cursó el instituto. Y en mi caso hice en Cuba mucho más: publiqué seis libros y dos hijos, conocí a la que aun es mi esposa y establecí un compromiso ciudadano con mi realidad a través del periodismo, con sus alegrías y sus riesgos. Una ironía es que la revista donde trabajé diez años creara hace un lustro un premio de periodismo de investigación que lleva el nombre de un artículo mío, El Caso Sandra, por el que fui condenado al periodismo de misceláneas durante seis años, y tuve suerte, considerando la primavera negra de 2004 y las condenas a los manifestantes del pasado año. Por todo ello, a pesar de mis 28 años en España, no podría dejar de ser un escritor cubano aunque quisiera. (Una tradición familiar: mi abuela de Avilés continuó sin inmutarse preparando fabadas con 38 grados a la sombra). Pero eso se refiere más al tono, a una mirada y un modo de expresión. Mis temas se han abierto. Soy hoy más cosmopolita y mi expresión se ha enriquecido con préstamos de variado origen. La revolución cubana nos otorgó la ilusión de que podríamos crear una sociedad más justa para todos (la ilusión, repito, nunca fue así desde el primer minuto, aunque no lo supiéramos), y la profunda desilusión de comprender que solo fuimos la materia prima del poder para cumplir sus ambiciones personales. Lejos de ser una revolución de y para el pueblo, como nos repetían, fue desde el inicio la patente de corso de una élite minúscula que desprecia profundamente al pueblo que dice servir, y ha convertido al país en su finca particular. Por eso, si hay una constante en mi literatura que viene de esa experiencia: estar escrita no desde quienes hacen la historia sino desde quienes la padecen.
-El periodismo es una de sus ocupaciones. Fue jefe de redacción de la revista ‘Encuentro de la Cultura Cubana’. ¿La crisis económica está matando el oficio ante la obligación de cerrar proyectos imposibles de sostener o es más grave para la profesión la falta de libertad que aun existe en tantos países donde se cercena la información?
No bastan los garbanzos para hacer un buen cocido madrileño. Lo mismo ocurre con el periodismo. La libertad es un ingrediente esencial. Como dijo una vez Pérez Reverte, el periodista no puede temer al poderoso a quien entrevista. Es el poderoso quien debe temer al que le apunta con una libreta de notas o una grabadora. Si el periodismo es amordazado, como en muchas dictaduras, véase Rusia o los sultanatos árabes; se convierte en libelo propagandístico, como en Cuba; es asesinado, como en México, o se vende al poder económico y político, deja de cumplir su función: ser los linfocitos T del cuerpo social que avisan de la infección a los encargados de combatirla. No basta una prensa libre, pero es imprescindible. Si el periodismo no cuenta con los medios necesarios, son imposibles los grandes reportajes, como los del consorcio de investigación actual, o los del NYT y el WPost. El buen periodismo tiene que estar apoyado por el Estado, porque es un poder de Estado, como el judicial o la policía, imprescindible para la salud social. Otra cosa es que el poder político prefiera un periodismo precario, débil y al servicio de los anunciantes, o que condicione las ayudas a su obediencia. El periodismo tampoco es ajeno a un fenómeno del entramado económico desde hace más de veinte años: la obscena ampliación de la brecha salarial entre directivos y trabajadores. Al tiempo que en la prensa española los directivos se subían escandalosamente los salarios, echaban a miles de buenos periodistas con experiencia para contratar becarios a 500 euros, quienes redactan en consonancia con sus salarios. No pueden hacer otra cosa si quieren sobrevivir con la ayuda de empleos colaterales. Por capacidad profesional, recursos y madurez social, ¿podríamos tener un periodismo de primera línea? Sí. Pero el Estado y los ciudadanos debemos ser conscientes de cuánto lo necesitamos. De cuánto vale. Y de que vale la pena lo que cuesta.