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San Fernando

Se impone el sentido común

El Gobierno municipal reconduce el Museo Camarón hacia un edificio construido ex profeso para museo en la parcela junto a la Venta de Vargas.

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Se impone la cordura. El nuevo equipo de gobierno ha presentado este miércoles el anteproyecto del nuevo Museo de Camarón que sin descartar que se pueda ubicar en la Casa Lazaga, apunta más a una solución de futuro que a una tumba de dinero como terminaría siendo si se albergara en el palacio de la calle Real, encorsetado hasta la extenuación por un Nivel 1 de protección.

El anteproyecto vuelve al originario emplazamiento, en la parcela junto a la Venta de Vargas -que le pese a quien le pese es uno de los lugares relacionados con el cantaor más visitado- y lo que es más importante, sobre un edificio nuevo que sería concebido como museo y construido para servir como tal.

O dicho de otra forma, con los elementos arquitectónicos y técnicos imprescindibles para que sea un museo del siglo XXI, en vez del armario ropero que se quería construir en la Casa Lazaga. O al menos nadie aclaró que no fuera eso, un museo tradicional, antiguo y sin posibilidad de recorrido.

¿Cúales son las ventajas de este cambio de timón? Pues en lo que se refiere a la actividad museística, que estará adecuado para acoger los lenguajes más dispares y las técnicas más modernas, independientemente de que nacería con las puertas abiertas a integrar los adelantos futuros. Y ahí se pueden imaginar todo lo imaginable porque en el mundo de la informática la realidad va por delante de la imaginación. O casi a la vez.

Con eso ya sería bastante, pero hay otro matiz importante en la decisión del gobierno municipal. Es que se puede presentar un proyecto definido y definitivo para buscar financiación en otras administraciones, españolas y europeas, sobre obra nueva, lo que no se podía hacer con la ubicación en la Casa Lazaga.

El palacio de la calle Real es el lugar más céntrico, digno de albergar el Museo de Camarón y cualquier otro proyecto de fuste. De eso no cabe ninguna duda. Pero es un edificio protegido al máximo, lo que impide adaptarlo a las necesidades de un museo moderno. Y hacerlo al revés. es ponerle puertas al campo.

Una caja de sorpresas
Luego, es un edificio abandonado durante demasiados años, posiblemente en muchas de sus estructuras, irrecuperable, lo que encarece el precio final. Sin olvidar que se habla de lo que se conoce, pero no olvidar tampoco que un edificio viejo es como el viejo que va al médico, a cada visita le encuentran algo y el armazón ya no permite la mayoría de los arreglos. La cura se tiene que adaptar a las circunstancias. Y a eso se le llama, vulgarmente, remiendo. En el caso de una casa antigua, con tantas humedades, con tantas carencias, se llama cementerio de dinero.

Pero hay otra cosa también importante que recoge el nuevo equipo de gobierno y que el anterior intentaba soslayar con una falta de perspectiva que a la larga sería perjudicial para todos.

La porfía por no contar con la empresa Belowgroup, depositaria de los derechos de imagen de la figura de Camarón, no sólo hubiera sido un hándicap capaz de parar una inauguración en última instancia -y un juez no dudaría ni un momento en pararla porque los derechos de imagen los carga el diablo- sino perder la oportunidad de promocionar el Museo a nivel mundial que es el nivel en el que se mueve la marca Camarón. Porque es una marca. Y los derechos los tiene Belowgroup.

Ni siquiera vale el argumento de que dentro de dos años termina el contrato -mucho menos que uno de los responsables de la empresa es el hijo de la histórica socialista Amparo Rubiales-, porque la marca Camarón necesitará de Belowgroup o de cualquier otra empresa, algo que no puede hacer el Ayuntamiento. Los derechos del Ayuntamiento son sobre objetos personales de José Monje, una parte ínfima de lo que  enmarca Camarón, la marca Camarón.

Reconducir el tema hacia un museo del siglo XXI es el camino. Y lo que anunciaba la alcaldesa, Patricia Cavada, que buscarán a los que más sepan de estas cosas, la guinda a un pastel que puede hacer que San Fernando pase de tener un armario ropero -con garaje incluido para el Mercedes- con el nombre de Camarón, a un museo del que quien entre salga con una sensación. Cada vez con una diferente. Como si le quedara mucho por ver. Y volverá.

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