El cine de Woody Allen parece rejuvenecer -de alguna manera, para bien y para mal- a medida que su autor envejece. Véanse sus últimos títulos, con la excepción de ‘Blue Jasmine’, más densa y amarga, aunque también cínica y corrosiva… Esta es una característica que comparte con colegas de estilos tan dispares entre sí, y al suyo propio, como, entre otros, el desaparecido Alain Resnais o el eterno Manoel de Oliveira.
El realizador neoyorquino acaba de cumplir 79 años el pasado día 1 del presente mes y ha filmado, con esta su última propuesta, una comedia romántica con encanto. Con un encanto, cuya ligereza aparente está teñida de una nostalgia irreprimible por una forma de vida ya periclitada y con una autoironía que se proyecta en el personaje masculino, un adorable Colin Firth, impecable, neurótico y refinado alter ego del director. Porque, a estas alturas cronológicas, Allen ya no aparece, como era de recibo antaño, en sus comedias y no puede interpretarse a sí mismo.
La sinopsis ya la conocen, pero no está de más recordarla. Ambientada a finales de los felices 2o del pasado siglo, un famoso mago británico, bajo nombre artístico y caracterización orientales, es requerido, mientras actúa en Berlín, por un colega y amigo, con un asunto urgente. Se trata de desenmascarar a una joven médium norteamericana, deliciosa Emma Stone, que ejerce su peligrosa influencia sobre una adinerada familia en la Costa Azul. Pero, una vez allí, sus rígidos esquemas y principios se verán cuestionados por hechos presuntamente inexplicables…
El resultado es una cinta sutil y burbujeante, pero de ninguna manera frívola. La aparente levedad argumental y el humor inglés, casi wildeano, con el que se narra, se combina aquí con el contraste entre dos formas de sentir y percibir el mundo y la existencia, las de cada uno de los protagonistas. Una científica, cultivada, racional, depresiva, misántropa y descreída, en el producto de una clase superior y una educación exquisita que representa el personaje masculino. Y otra, procedente de una clase desfavorecida, inteligente, sensitiva, apasionada y expresiva, llena de vida y energía y bastante pragmática, que encarna el personaje femenino.
El siempre misógino Allen, aún consignando los roles ad hoc para uno y otra , inevitables en la época que retrata, convierte a su musa femenina en el azote de su pretendido enemigo. Este es contemplado con una ternura ferozmente crítica, luego autocrítica. E irónica, luego autoirónica. En esta guerra de sexos y de clases, la arrolladora personalidad de la joven, aún con sus cartas al descubierto, derrota sin problemas a su atildado y rígido oponente, llevándoselo a su terreno con facilidad, pese a sus reticencias y tiras y afloja.
Este es uno de los mayores atractivos de una cinta, al que se añaden una puesta en escena elegante y llena de sugerencias. Un paisaje que se fusiona con la historia y el reparto, y de una belleza deslumbrante, que la fotografía de Darius Khondji ha captado en todos sus matices. Un reparto, por cierto, en el que tod@s están espléndid@s, pero en el que hay que destacar principalmente a dos damas. Una soberbia Eileen Atkins, como la tía del protagonista, y una entrañable Jacki Weaver, como la supuesta víctima de la estafa. Y a un caballero, Simon McBurney, el amigo y cómplice.
Además de la música, los temas tan bien elegidos, subrayando cada escena. Uno de los puntos fuertes del cineasta. De un cineasta que nos ha regalado en esta ocasión una delicatessen de la Belle Epoque, que quien esto firma les aconseja degustar y disfrutar.
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