Las yemas de mis dedos arden. Alfileres atraviesan mis pupilas. El alma desgarrada, hecha trizas, jirones, destrozada en mil pedazos cual vaso estrellado contra el suelo. Rabia en la boca del estómago y rabia en las entrañas. Una espesa oscuridad ocupa cada rincón de mi mirada que añora la luz como el día añora el amanecer. Pero conozco esa sensación, este dolor…
Claro que me dan náuseas ver cómo despliegan sus alas carroñeras esos buitres que tienen ahora a Abascal como su líder. Moros y negros al otro lado de la mira telescópica de sus escopetas cargadas de odio, resentimiento, miedo, inseguridades y complejos que tratan de ocultar sus vulgares y mediocres existencias. Claro que sí. El débil ataca a los débiles.
Claro que me da asco como desde los distintos gobiernos de España y del mundo, por razones geopolíticas y económicas, llevan lustros blanqueando una dictadura como la que padece Marruecos desde su independencia. Sus ciudadanos sufrieron el colonialismo y la posterior dictadura ante el silencio, cómplice y asesino, de los que en público dicen defender la libertad y la democracia, y en privado se llenan los bolsillos con billetes manchados de sangre, sufrimiento y desesperación. Claro que sí.
Pero sí hay algo que me repugna y que aún me cuesta aceptar: la miserable maldad de quienes gobiernan en Marruecos. Os juro que hasta el aire que respiro me sabe a azufre. Os juro que prefiero que me taladren los huesos y los dientes con una broca del 12.
¿Cómo no se le cae la cara de vergüenza al rey Mohamed VI? Su fortuna personal ronda los 5.000 millones de euros. Según la revista Forbes es el séptimo monarca más rico del mundo. Cuenta con 1.200 criados a su disposición. ¡Qué asco, dios mío! Por Alá, o por la deidad que más quiera, qué mierda de persona es capaz de dormir tranquila sabiendo que su pueblo se ahoga en la pobreza y en los mares que la rodean. ¡Qué triste debe ser sentir lo que él siente! ¡Qué clase de vacío habita en su interior!
Ya no es que sepa, sea consciente, que mientras él disfruta de una riqueza que hasta el Corán castiga, millones de sus súbditos (mierda de palabro) sueñan con escapar de su reino y otros miles mueren al intentarlo en una huida construida sobre un camino adoquinado con lágrimas de madres sin hijos e hijos sin padres. Ya no es que el muy desgraciado surque los mares a bordo de un yate de 90 millones de euros, mientras en sus hélices se enredan los cabellos y los sueños y las esperanzas de su pueblo muerto. No, no, no… ya no es solo eso, que es mucho, es que encima para afianzar su fortuna, su poder, sus tétricos intereses, usa el hambre de sus vecinos para chantajear a otro país. Encima, cobarde. Eres el títere capaz de vender la sonrisa de la infancia de varias generaciones por cuatro inmuebles en las zonas más caras de París, Londres o Nueva York. Y sí, te tuteo porque no tienes mi respeto. Soy de allí, soy de aquí, soy como todos tus muertos, de la tierra. Humano desde las uñas de mis pies hasta el último pelo de mi ano. Soy el pobre que te reconoce. El pobre que sabe que llorarás ante la mezquindad que te escupen los espejos.
Sabes que esas imágenes de pobres llenándose de sal y arena, esas imágenes de llantos y desesperación para cruzar una frontera, avivará el discurso del odio que gruñen los buitres que a este lado buscan votos por encima de cualquier atisbo de humanidad. Sabes que ese odio recaerá sobre nosotros, los compatriotas que vivimos aquí. Sabes que aún seremos más insultados, vilipendiados, marginados, pero también te digo... qué bellas imágenes nos dejaron los miembros de Cruz Roja, de la Guardia Civil, de la Policía Nacional y del Ejército, salvando vidas y dando calor y consuelo. ¿No te genera envidia? ¿No te produce espasmos bajo la piel? ¿Hay humanidad bajo la corona? Cariño, ¿no te conmueve ver cómo se ahoga un bebé, como se deshilacha bajo el agua el suspiro de un niño? No me jodas, campeón, ni todo el petróleo, ni todo el fosfato del Sáhara, vale lo que vale la vida de un marroquí. A día de hoy, puedo gritar allah, alwatan walakun lays almalik.
Qué pena, de veras, qué pena. Qué pena ser Rey de un pueblo del que huir. Qué pena, de veras, qué pena. Qué pena ser Rey de un reino tan rico y bello como Marruecos y dedicarte solo a la lamer billetes. Amo Marruecos más de lo que jamás tú lo amarás. Lloro cada muerto que se entremezcla con la arena de estas playas. Cada inmigrante que fallece es un trozo de futuro que perece. Qué pena que prefieras reinar en tu avaricia. Qué pena, de veras, qué pena que esas hordas de pobres, nacidos bajo tu dictadura y que usas a tu antojo, aún no se den cuenta que su libertad no está en el Tarajal sino tras una marcha sin fin al asalto del Dâr-al-Makhzen en la comuna Touarga de Rabat.
Tumbas de agua, ataúdes de madera de pateras para el pueblo. Doce palacios de cristal en los que no consigues, eso espero, conciliar el sueño. Ojalá el fuego de las yemas de mis dedos prenda la mecha que haga cambiar los tiempos. No lo olvides, tu excéntrica vida de lujos y derroche se sustenta sobre los cadáveres de miles de personas a las que expoliaste desde su dignidad y futuro hasta el recuerdo de sus nombres. No sé si la historia te juzgará pero yo soy el pobre que te sentencia como el más miserable de los hombres. ¿Tu condena? Nuestra pena. La pena de ser el Rey de un reino del que muchos prefieren morir huyendo que vivir en él. La pena de ser el Rey de los miles y miles de muertos en El Estrecho. Tu condena es ser tú.
Ojalá el fuego de las yemas de mis dedos sirva para calentar el pecho en el que habita o bien tu corazón, o bien el de mis hermanos.
Ojalá el fuego de las yemas de mis dedos queme este narcisista, histriónico y contradictorio mundo donde el hacedor de pobres sea el único que pueda cruzar impunemente las fronteras que se construyen para que sus víctimas se dejen la vida en ellas.