De los cuatro primos que cada año me siguen visitando, es la prima Vera, la primogénita, la más benigna y generosa. Aunque sus otros tres hermanos gozan de cualidades excepcionales, ningunos son como ella; por ejemplo, el hermano que la sigue, tan efusivo y caluroso, principalmente se preocupa de su excelente estado anímico y nunca tiene prisa. Para él, lo más importante es vivir intensamente a todas horas. Así que quién se empeñe en aprovechar todo lo que le ofrece: desde un despertar tempranero, tumbarse en la arena de una playa bajo los rayos sol, purificándose en el azul reino de Neptuno, o vivir sus cálidas madrugadas de juergas nocturnas: terminará rendido y empapado con sudorosa resaca, lo que impedirá estar dispuesto para seguir soportando sus alocadas correrías.
Su hermano tercero, de genio más tranquilo y melancólico, aparentemente ofrece buena predisposición, pero a mitad de su prolongada estancia se va convirtiendo en un ser aburrido y mustio que termina entristeciendo todo ambiente que le rodea, haciendo decaer los ánimos como las ramas de los árboles, hasta contagiar su amarillento aspecto y marchitado comportamiento.
Si hablamos de su hermano menor, es tan gélido y sombrío que cuesta soportarle, y los días que se levanta medianamente tolerante, en cualquier momento puede transformar y modificar su semblante, incluso tirar por tierra cualquier proyecto pensado con antelación, apareciendo como el ser más inhóspito y desapacible, incluso impidiendo salir a la calle, viajar y hasta privar la libertad esclavizándonos a una dura reclusión. Son tales los desaguisados que puede provocar, que no hay quién se atreva a organizar salidas o excusiones extraordinarias mientras se encuentra entre nosotros.
Sin embargo, cuando ella llega, solo pretende hacernos felices, quizás para remediar todos los sinsabores que nos causaron sus tres hermanitos menores; y como hermana mayor, intenta minimizar los daños que pudieron ocasionar, tratando de sorprendernos cada mañana con su resplandeciente belleza; cada tarde con su aromatizada brisa, y cada noche con los perfumes más sutiles y embriagadores.
Desde el primer día que aparece, nos invade su extraordinaria afabilidad y prestancia. Hace que todo a su derredor cobre vida, se manifieste, se multiplique, se adorne de sus mejores galas y exhiba sus más bellos colores. Nada ni nadie se siente triste cuando ella está presente. Su creativa armonía es tan natural que, lo bueno lo hace exquisito y lo exquisito sublime. Ilusiona con su poderosa virtud y arrolladora personalidad. Su “santo y seña” son los colores y la fragancia. Todo lo inunda de perfumes deliciosos y hace estallar todas las tonalidades del iris pintándose de alegría, de juventud, de esperanza... Cuando ella llega, nada se esconde, todo florece, la propia vida cobra vida, despertando tantas inquietudes; tantos deseos; tantos gozos, que remedia y empequeñece todo agravio y aptitud negativa que produjeran sus hermanos. Ahora coincide que está aquí con nosotros, personalmente le agradezco todo el bien que nos hace y, sin despreciar a ninguno de sus hermanos, es de justicia decir que, de todas las visitas que durante el año recibimos, la mejor de todas es cuando ¡llega la primavera!.