Las anécdotas de la Cabalgata de los Reyes Magos de Cádiz no son graves, ni tan siquiera un poquito y, por supuesto, no justifican petición alguna de responsabilidades políticas ni tampoco pueden servir para concluir que la ciudad está en franca decadencia. La capital, al margen de que siempre sea necesario más que los proyectos en infraestructuras previstos, la carga de trabajo para el sector industrial más o menos garantizada, más o menos insuficientes, o sus buenos números en el sector turístico, acoge en 2022 una nueva edición de la Sail GP, evento de interés internacional, es candidata a ser sede del Congreso Internacional de la Lengua Española en 2025 y celebra cada año un Carnaval que concita el interés de aficionados de toda España. Que unos disfraces reguleros de princesas Disney nos produzcan una asfixiante melancolía es, como poco, exagerado y, como todo lo exagerado, mentira.
Pero, además, las anécdotas de la Cabalgata de los Reyes Magos de Cádiz no son siquiera tan graciosas pero se han viralizado gracias a la omnipresencia de las redes sociales en nuestras vidas cotidianas y a esa competición digital que se libra ante la más mínima oportunidad por lograr el chiste más ingenioso.
El problema de estos festivales del humor es que la cosa se puede ir de madre como, en este caso, se ha ido. Los adultos con cuenta de Twitter y Facebook acaban comportándose como adolescentes en los asientos traseros de un autobús durante una excursión, para los que no hay límites... hasta que alguien llama al orden entre las carcajadas y las bromas cada vez más subidas de tono.
En esta ocasión, ha sido la concejala de Fiestas, Lola Cazalilla, la que ha dicho que hasta aquí llego el agua. Lo explica perfectamente y de gaditanas maneras en una entrada precisamente en Facebook: “Tomarnos en serio (en Cádiz) lo que requiere seriedad nos permite reírnos de lo anecdótico. Ahora bien, que en esta bendita tierra tengamos la capacidad de reírnos de casi todo, no justifica que desde otros lugares pretendan reírse de nosotros y de nosotras como tantas veces se ha hecho. De eso ya, ni mijita”.
La reacción tiene su razón. Un par de periódicos han publicado erróneamente que el coste de la Cabalgata ha sido dos o tres veces más de lo que realmente se ha gastado el Ayuntamiento; otro, de ámbito nacional, asegura que el disfraz del “oso perjudicado” acabó tirado en una parada de autobús porque el redactor dio por bueno un meme. Hay más ejemplos de despropósitos, lo que obliga a preguntarse ¿en qué momento decidimos convertir en tendencia cualquier chascarrillo? ¿Cuándo la profesión periodística decidió que tenía interés contar lo que pasa en las redes sociales (sea lo que sea) con carácter informativo o que lo que uno recibe por Whatsapp es suficiente para tomarlo como fuente?
Las princesas ya participaron en una Cabalgata anterior, la momia desfiló unos días antes en otra localidad y el plantígrado sufrió un problema puntual. Pero da igual. Accionada la picadora... que la realidad no te arruine un meme.