Tras los pasos de un mundo cambiante y globalizado como el actual, toda Europa debe colaborar y cooperar, sin complejos y con la máxima unión, en llevar a buen término una ética económica mundializada, mayores controles y transparencias en los poderes, instrumentos más eficaces y coherentes para que los retos del cambio climático se hagan evidencia, así como no escatimar esfuerzos colectivos de diálogo que activen el espíritu democrático entre las naciones. Se habla de una Europa de derechos y valores, de libertad, solidaridad y seguridad, pero todavía no somos punto de referencia, porque la situación es bien distinta. Por desgracia, el interés de algunos Estados aún prevalece sobre el espíritu solidario. Se nos calienta la boca, asimismo, declamando sobre una Europa viva, con un papel protagonista en la escena global. Y de igual modo, cuesta llevar una voz clara y uniforme ante las instituciones internacionales.
Es cierto que, con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa el pasado 1 de diciembre de 2009, se abre una nueva esperanza para afrontar los retos del mañana. Europa, verdaderamente, tiene que ser más eficaz en la toma de decisiones, más aglutinadora para hacer valer sus propuestas, con una voz más ensamblada, para que se considere su voz frente al resto del mundo.
Salvados estos escollos, que no son nada fáciles de llevarlos a la práctica, a pesar de que se recojan en el Tratado de Lisboa, servidor si ve a Europa como una apuesta esperanzadora. Por cierto, España acaba de asumir por cuarta vez desde su ingreso en la Unión Europea, la presidencia rotatoria; lo ha hecho con una apuesta decidida a través del presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que refrendó un compromiso europeísta en todas sus acciones y opciones políticas. Justo este año, cuando en el mes de junio cumplimos 25 años de la firma del Tratado de Adhesión, España puede celebrar su persistente vocación europeísta con una presidencia semestral, que debe marcar un antes y un después. A mi juicio, la gestión ha comenzado bien, con diálogo y entusiasmo por aplicar el naciente Tratado. Atrás queda el gigantesco avance de Maastricht, con la puesta en marcha de la Unión Económica y Monetaria, ahora hace falta injertar energía solidaria entre la ciudadanía y que ésta se sienta a la vez protagonista en la hazaña de unidad. Pienso que Europa, precisa con urgencia hacerse una, en humanidad; y única, en trabajar por la justicia. Ahí radica el gran cambio, en ser un referente para el mundo en cuanto al respeto a los principios de los derechos humanos.
El futuro de Europa está en la ciudadanía, más que en las instituciones, el modelo de crecimiento actual genera desconfianza, acrecienta las bolsas de injusticias con elevadas cotas de desempleados. Tan fundamental es la reactivación económica como la activación cultural. Como dijo Machado "tras el vivir y el soñar, está lo más importante: el despertar". Hay que estimular el mundo de las ideas, si queremos innovar, buscar salidas, adaptarse a los nuevos contextos. El artista que logra excelentes obras es aquel en el que confluye una suma de conceptos, de imaginaciones, de conjeturas, transformando todas estas visiones en un sentimiento positivo. Los ciudadanos tienen que sentir también ese sentimiento de que la Unión es algo efectivo, tangible, para caminar por el lienzo de la vida. Europa, como escenario transformador, tiene que estar más cercana al ser humano. Más que un superestado europeo lo que se precisa es una supervaloración de la vida humana, de toda vida, por ínfima que nos parezca. La creación de un Cuerpo Voluntario Europeo de Ayuda Humanitaria será, evidentemente, otro gran avance social, en la medida que sumemos autenticidad con ingenio y apoyo de todos para con todos.
Precisamente, hace unos años los dirigentes europeos prometieron acabar con la pobreza en la Unión Europea antes de este año. Sin embargo, del dicho al hecho va un trecho, y nunca mejor dicho, porque la pobreza lejos de achicarse se agranda. Junto al dato económico de la falta de trabajo está el drama personal de la desocupación que fomenta una riada de excluidos y de marginación. Crear nuevas oportunidades de trabajo ha de ser un compromiso permanentemente europeísta, puesto que a través de la laboriosidad es como se avanza. Por el contrario, la ociosidad, como dice el sabio refranero, es madre de todos los vicios. En la Unión Europea se considera que una persona es pobre si su renta está por debajo del 60% del salario medio del país en el que vive. Según este criterio, casi 80 millones de europeos (más del 15% de la población) viven en el umbral de la pobreza o por debajo de él. Uno de cada diez europeos vive en una familia en la que nadie tiene un empleo y, entre los que lo tienen, hay un 8% cuyo trabajo no basta para sacarlo de la pobreza. A la vista de estos datos, la Unión Europea ha declarado el 2010 Año Europeo de Lucha contra la Pobreza y al Exclusión Social, apostando y aportando nuevas iniciativas y actividades, cuando menos sobre el papel. Si nos vamos a la realidad, tenemos que reconocer que la Unión Europea sigue siendo el primer donante mundial de ayuda al desarrollo. Junto a esto, en cada ciudad, en cada país, hay también un norte y un sur, un estilo de vida de sobreabundancia insostenible y una pobreza que lo sobrelleva como puede, que apenas tiene voz en los circuitos económicos. En cualquier caso, siempre se ha dicho, que no hay nada más terrible en la sociedad que el trato de las personas que se sienten con alguna superioridad sobre sus semejantes. Aquí empieza el cáncer social, la llaga de Europa, el tumor del mundo.