Definir hoy a Torremolinos en modo alguno resulta sencillo. Torremolinos lo es todo para todos. El visitante que después de largos años vuelve a pisar esta privilegiada tierra donde duerme el sol se encuentra de pronto catapultado al país de las maravillas. No contempla a su regreso, como esperaba, aquel viejo Torremolinos que en el arrinconado lienzo de su mente plasmó el pincel de la perennidad, un Torremolinos profusamente coloreado con primitivas tonalidades de playa, bullicio y diversión. No, no encuentra eso el pasmado visitante al retornar, sino que, gratamente, se topa con la majestuosidad de un glorioso Torremolinos aureolado con la esplendente diadema de la cultura y el deporte y ornado con el regio y florido manto de prósperas zonas verdes, parques, fuentes, monumentos y plazas, plazas que fulguran cual diamantes en el soleado corazón del nuevo y enérgico Torremolinos.
Cada pueblo tiene su plaza. Grande o pequeña, ella es por excelencia el hogar común al aire libre donde la vecindad alimenta sus ansias de esparcimiento y comunicación. La plaza es parte intrínseca de la personalidad del pueblo. Un pueblo sin plaza es un cadáver en medio del desierto. Cuando el pueblo crece, la plaza crece con él y se pluraliza en sus barriadas. Ya no es el pueblo una sola plaza, sino una en cada barrio; o dos, o tres… según prospere el municipio. Las plazas y su grado de embellecimiento, acomodo y transformación vienen a ser genuinos termómetros que contribuyen a medir el progreso del pueblo.
Ello es verdaderamente cierto en Torremolinos. Las nuevas plazas de la Unión Europea y del Buen Consejo, así como las viejas que se han metamorfoseado sorprendentemente, como la de Andalucía, Río Mesa y Costa del Sol, entre otras, hablan con sobrada elocuencia de la prosperidad de Torremolinos. Pero las plazas solamente son la punta del iceberg; el grueso, al margen de la exitosa labor turística municipal, lo conforman, por un lado, la ingente actividad educativa que se desarrolla en los dos centros culturales de la población, en las aulas y talleres de su Universidad Popular, en la Escuela de Música, en las dos bibliotecas públicas, en el amplio abanico de funciones líricas (ópera y zarzuela), teatro y conciertos de Gran Música y otros géneros menores, que protagoniza el imponente Auditórium Municipal.
Paralela a la cultural destaca la gran variedad de actividades atléticas y deportivas, de las que residentes y forasteros de todas las edades disfrutan a diario en los estadios y pistas de la singular Villa Deportiva y en las cubiertas y climatizadas piscinas olímpica y terapéutica, a las que se agregan las numerosas oportunidades de practicar voleibol, palas, petanca, etc., que ofrecen de noche las recientemente iluminadas playas.
Un tercer aspecto de la inmensa mole del iceberg torremolinense es el avanzado grado de bienestar social que, dentro de sus posibilidades, procura el municipio al pueblo, bienestar patentizado en los cinco centros de convivencia de la localidad, en la atención y honra que se dispensa a los mayores (Torremolinos es el pionero creador del "Día de los Abuelos"), sin olvidar, superadas las dificultades que su realización entraña, la entrega de viviendas de protección oficial a jóvenes y familias cuyas economías en modo alguno les permitirían adquirir una al precio vigente en el mercado. La Caja de Navidad con que obsequia el Ayuntamiento a jubilados y desempleados es otro aliciente a contabilizar. Si a todo lo precedente añadimos la atención sanitaria, la instrucción escolar, la consideración al residente extranjero, las tradiciones festivas y populares, el disfrute de clima, sol, playas, pinares, las saludables aguas de los manantiales y la completísima oferta de servicio y abastecimiento comercial de su variada legión de establecimientos, podemos afirmar que Torremolinos lo es todo para todos.
Pero volvamos a nuestras plazas. Ellas son espejo del municipio. Al contemplarlas por vez primera, residentes y forasteros se embelesan cual si vislumbrasen la octava maravilla, como le ocurrió al matrimonio de Granada que, tras doce años de ausencia de nuestras playas, se animó a conocer el nuevo Torremolinos del que tanto le hablaban sus paisanos a su regreso de pasar el fin de semana en la Costa y de gozar de las delicias del 'pescaíto' carihueleño. Ya en Torremolinos, la pareja granadina no esperaba, ni con mucho, encontrar tanta "sencilla pero expresiva belleza funcional", según sus propias palabras, en las renovadas plazas de Andalucía y Costa del Sol, y en la nueva de la Unión Europea, cautivando también su atención fuentes y monumentos, a la par que, sobrecogidos por la sorpresa, no hallaban los términos precisos con que elogiar las magníficas instalaciones de la Villa Deportiva, el Auditórium, el Centro Cultural Pablo Ruiz Picasso y el Jardín Botánico Molino de Inca, entre otros recintos ya emblemáticos.
Sí, nuestras Plazas, Plazas cuyas letras se escriben con mayúscula en el libro de oro del urbanismo, son privilegiados heraldos que, ataviados con galas de mármol dignas de los mismos templos de los dioses, pregonan a los cuatro vientos las glorias y excelencias del nuevo Torremolinos.