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Torremolinos

Torremolinos: las calles del recuerdo (1)

Torremolinos no es sólo turismo, fiesta, deportes, playa y sol. Es también arte, cultura, crisol de civilizaciones. En estas crónicas, Jesús Antonio San Martín, desarrolla lo más representativo del ayer y el hoy de Torremolinos.

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Torremolinos dedica más de una treintena de sus calles y plazas al recuerdo de personas que, de una manera o de otra, dejaron huella en el pueblo, fueran autóctonas o foráneas. Ciertamente, merecedores de una vía consagrada a su nombre ha habido, e indudablemente hay, tantos como para llenar, si nos apuramos, un quinto del callejero municipal. Y precisamente del callejero de Torremolinos compilado por Juan Trujillo Serrano, imprescindible y sucinta obra que no tiene desperdicio y que aporta un valioso caudal de conocimientos sobre la Historia del Municipio, traemos a la memoria en estos artículos, como en un relámpago, a los personajes que, aportando su granito de arena al prestigio y engrandecimiento de Torremolinos, gozan del perenne privilegio de continuar siendo protagonistas vivos, siquiera en el recuerdo, del municipio donde vieron ellos la luz primera o donde con amabilidad suprema fueron acogidos.
Comenzamos esta somera exposición por aquel hombre excepcional que fue mister George Langworthy, comandante de caballería del ejército inglés, que se retiró a vivir con su esposa Annie Margaret, emparentada con la realeza británica, al lugar costero que estimó como un auténtico paraíso: Torremolinos. El espacio público a él dedicado ostenta el nombre de "Calle Castillo del Inglés", en alusión a Mr. Langworthy, dado que en 1898 compró el antiguo fuerte de carabineros denominado Castillo de Santa Clara, "Castillo del Inglés" tras la compra por el británico, en el puntal de Torremolinos. Este inmueble lo transformó en una acogedora mansión rodeada de un exuberante jardín. Mansión y jardín fueron el sustento, durante años, de varias familias del pueblo. El famoso poeta de la Generación del 27, Luis Cernuda, se alojó en 1928 en este agradable retiro, a raíz de su visita a Málaga, donde trabó amistad con los poetas Emilio Prados y Manuel Altolaguirre.
Al fallecer su esposa en 1913, Mr. Langworthy se sume en honda depresión, que intenta remediar alistándose en la Primera Guerra Mundial con el grado de comandante, si bien pronto se retiró a su refugio torremolinense. Devoto protestante, Mr. Langworthy se pasaba los días leyendo la Biblia y a cuantos necesitados se acercaban a su casa les daba comida y cobijo, además de la cantidad de una peseta, entonces nada despreciable fortuna, tan solo por leer unas páginas de las Sacras Escrituras. Por tal motivo fue conocido como "el inglés de la peseta". Agotó su inmensa fortuna, doce millones de las antiguas pesetas, ayudando a los pobres.
Tal fue su fama y reconocimiento popular, que el 15 de mayo de 1918 el Ayuntamiento le otorgó el título de "Hijo adoptivo y predilecto de Torremolinos". Tan solo dos personas ostentan a día de hoy el preciado galardón de hijos predilectos de Torremolinos: Mr. Langworthy e Isabel Manoja. La muerte de Mr. Langworthy, el 25 de abril de 1946, fue profundamente llorada por todos los torremolinenses.
Persona muy querida también en Torremolinos fue doña Carlota Alessandri Tettamanzy, gran pionera del turismo malagueño y primera empresaria del sector turístico torremolinense, a quien le fue dedicada la gran avenida que lleva su nombre. Aunque no se poseen datos concretos sobre su biografía, se cree que nació en Italia y que arribó a nuestro municipio a finales del siglo XIX. Contrajo matrimonio con el doctor don Carlos Rubio Argüelles, decano de la Facultad de Medicina de Cádiz, con quien tuvo una hija que nació en 1906, Angeles Rubio Argüelles, la cual casó el 28 de octubre de 1925 con el diplomático, cineasta y escritor Edgar Neville, quien fue con doña Carlota y su esposo uno de los artífices del turismo en Torremolinos.
Doña Carlota Alessandri fue propietaria del Cortijo Cucazorra y de otras tierras en la zona de Montemar y La Carihuela. En 1933 habilitó su cortijo como Parador, con siete habitaciones. Posteriormente el Parador cambió su denominación a Hotel Montemar, entonces uno de los más prestigiosos, que contó con los primeros clientes ingleses en la Costa del Sol. A principios de la década de 1960, doña Carlota cedió por un precio simbólico parte de sus terrenos a la Madre Maravillas de Jesús, canonizada como santa por Juan Pablo II el 3 de mayo de 2003, para que construyera una iglesia y residencia para las monjas carmelitas de su congregación, así como una escuela para niños, una residencia para ancianas y otra para empleadas domésticas. La comunidad religiosa de las carmelitas en Torremolinos continúa con su caritativa labor de atender a las personas ancianas acogidas en su residencia.
Personaje que dejó perdurable huella en Torremolinos fue el contratista Antonio Girón, cuya calle se abre en el mismísimo corazón del pueblo. Desafortunadamente, no poseemos datos biográficos de este hombre con gran visión de futuro. Tan solo sabemos que desde 1922, y durante tres años, cuando aún Torremolinos era pueblo independiente, realizó la proeza de construir nada menos que treinta y dos inmuebles en Torremolinos, todo un récord para la pequeña población costera que aún no había comenzado a experimentar el auténtico boom turístico.

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