La noche que nuestra televisión pública dedica al cine clásico, tenemos la oportunidad de disfrutar de cintas inolvidables en blanco y negro. Hace unos meses rescató Con faldas y a lo loco, en cuya comicidad argumental se aprecia la transgresión dilatando las grietas abiertas por directores tan valientes como sus órdenes. Una cinta con sesenta años cumplidos que se disfruta intensamente, con la sonrisa desde la cabecera, descubriendo detalles, recordando diálogos, escudriñando escenas y contando las piernas colgantes del vagón litera. Un argumento locamente lógico, mimbrado con la naturalidad como arma y recurso para parecer casual, que fluye sin forzarlo para el espectador, donde los actores se mueven entre la sorpresa y el entusiasmo bajo la batuta de Billy Wilder, cuya destreza alternaba con los compases del hot, el ritmo de moda durante la ley seca, telón de fondo de la repetición estridente y metálica de la matanza de San Valetín. Y en ella Marilyn Monroe, entre Jack Lemmon y Tony Curtis, esquivando la purga de vapor, rasgueando el ukelele con los dedos y acariciando oídos con la voz -running wild, lost control, running wild, mightly bold -, levantando la pierna, dejando al aire la media y la liga de la que cayó la petaca de coñac.
Fue y sigue siendo la tentación rubia. Otras, con el platino en la cabeza, también lo fueron pero su rútilo es historia, como Jane Harlow, la primera en revolucionar la cámara y las retinas. Luego le siguieron Jayne Mansfield, Diana Dors, Mae West, la propia Marilyn y Kim Novak, aún entre nosotros. Ellas iluminaron las escenas. Quizás no fueron conscientes, sin embargo dejaron al reparto en la penumbra. Por mucho que el satén cubriera sus curvas, el movimiento y la sutileza del tejido friccionaban la piel pegándose a ella, llenando la escena de una sensualidad tan delicada como la tela. Sus cuerpos eran espectaculares y la razón del color de pelo bien pudo deberse al blanco y negro. Ellas brillaron con una luz tan propia que su encanto fascinante no se ha vuelto a apreciar. En Hitchcock advertimos un intento por su preferencia por las actrices rubias, pero solo Tippi Hedren y Kim Novak lograron el maridaje entre glamur y suspense, haciendo que el espectador no reparara en el tecnicolor hasta abandonar la sala. Hoy, con las notas finales ahogándose en el fundido en negro, damos al off del mando y pensamos en ellas, alegres al ver su color de pelo como elemento estrella de un conjunto, hoy llamado outfit.