Vivimos esperando algo de lo que nos rodea y de los demás, incluso que nos muestren su desacuerdo o hasta que nos rechacen, lo peor es cuando todas nuestras expectativas, para mal o para bien se convierten en nada , en la más absoluta indiferencia , y entonces no podemos evitar el sentirnos intranquilos y desconcertados.
A veces en el colmo de nuestra inseguridad personal , nos llenamos de angustia ante esa no respuesta y ese ignorar que es lo que los demás piensan de nosotros e intentamos poner un poco de distancia con todo aquello que nos disgusta o con aquellas personas que nos ponen nerviosos, buscando la tranquilidad y el afecto que nos proporciona el sabernos aceptados.
Tal vez por eso el mejor premio en nuestras relaciones es el de pasar el tiempo con gente amable que no nos traslade angustia ni malas experiencias en ningún sentido. Siempre hemos de esperar poder disfrutar y exprimir cada momento de aquellas actividades que nos gustan.
Hemos de ser flexibles y estar dispuestos a cambiar la perspectiva de las cosas, sin querer hacer todo de manera estricta , en lugar de dejar margen a lo que emprendan y deseen los demás. Si el mensaje que transmitimos a los demás es que somos demasiado poco y que no tenemos autoestima , nos convertiremos en indiferentes para mucha gente.
La indiferencia nos estresa demasiado, porque nos coloca siempre en la tesitura de buscar respuestas , y que en la mayoría de las ocasiones no logramos encontrar, lo que no deja de resultar agotador , mucho más que si sabemos a que atenernos y nos enfrentamos a alguien que está permanentemente enfadado o deprimido.
El mal de la indiferencia es además muy peligroso, porque al ser el vacío , no nos debe resultar extraño que nos provoque una sensación de soledad en una permanente contradicción entre imagen y contenido. , la sencillez y la sofisticación.
Entre lo previsible y lo imprevisible, la indiferencia se mueve mucho en este segundo aspecto, y en términos populares solemos definir a alguien indiferente como que “ni siente ni padece”, aunque hemos de reconocer que cunado recibimos un golpe de indiferencia la sentimos en lo más hondo de nuestros corazones-.
También cuando nos topamos con alguien que percibimos como indiferente, lo asociamos a alguien insensible, que no se conmueve por nada de lo que ocurra en su entorno , con un gran desapego hacia todos y hacia todo y que muestra una frialdad que parece un tempano de hielo.
Son gente con las que nos encontramos con cierta frecuencia y que dan la sensación que “nada les importa”y a las que “todo les da igual”. Aunque soy de los que sostiene que la indiferencia total y absoluta, nunca es posible., porque la señal no es en el fondo ni el vacío ni la nada, sino una forma de cruel sufrimiento de quien esperábamos alguna reacción positiva o negativa.
De todas formas, en mi optimismo genético, la mejor manera de combatir la indiferencia es la paciencia , y dejar un tiempo para reflexionar, incluso para buscar un acercamiento o para terminar aceptando que no hay otro camino que aceptar lo que está ocurriendo . Lo peor es convertir la indiferencia en una obsesión , ya que nos puede llevar a vivir momentos muy desagradables.
A veces es un mecanismo de defensa, conscientes de nuestras debilidades y vulnerabilidades , y nos agarramos a esa aparente indiferencia para no sufrir decepciones y nos mantenernos al margen, porque no esperamos nada de nadie.