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"Twelve in a room in America"

62 años después de su estreno, el musical West Side Story mantiene un trasfondo social tan vivo y actual como entonces, y ahora en su versión en castellano

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El baile en el salón entre las parejas de ambas bandas

La icónica escena inicial con la aparición de los Sharks

Los Jets, con Riff al frente

María ante Anita en la tienda de modas en la que trabajan

El siglo XX nos legó la cultura de masas y, como consecuencia de la misma, acuñamos el término “imaginario colectivo”. Del mismo forman parte desde el logo de Supermán hasta el rostro del Che Guevara, pasando por la falda al vuelo de Marilyn, las caderas de Elvis, el bigote de Chaplin -el de Groucho también-, los botes de sopa Campbell de Warhol, el All you need is love de los Beatles, el logo de Coca cola y el número musical America de West side story. De hecho, la película West side story forma parte de ese imaginario colectivo en su totalidad, como lo han hecho igualmente Casablanca, Psicosis, Tiburón o El padrino. Proponer versiones, adaptaciones u homenajes a partir de semejantes títulos casi supone un suicidio, ya que corren el riesgo de recibir el abucheo generalizado de quienes consideran intocables los originales.      

En el caso de West side story, que es el que nos ocupa, no estamos ante la adaptación a escena de la película en sí, sino del musical original, estrenado en Broadway en 1957, aunque para el “imaginario colectivo” la única referencia posible es la de la película de Robert Wise y Jerome Robbins de 1961, puesto que nunca hasta ahora se había realizado la adaptación de la obra al castellano, de ahí la importancia de un matiz que puede llegar cargado de prejuicios.

Hay, en este sentido, dos cuestiones iniciales que es obligado tener en cuenta. La primera, que la versión cinematográfica mejoró la de Broadway: el desarrollo narrativo confluye de manera más consistente hacia el drama final, hasta el punto de concentrar los temas más alegres y conocidos en la primera parte de la narración, mientras que en el libreto original llevan un orden diferente -I feel pretty y Officer Krupke, por ejemplo, se desarrollan después de la pelea-. La segunda que, pese a la dimensión y popularidad alcanzada por la propia película, el material original es tan extraordinario que es muy difícil defraudar si sólo se conoce la versión cinematográfica, a expensas aquí de la traducción de las canciones.

David Serrano, autor de El otro lado de la cama, Hoy no me puedo levantar y director de la versión de Billy Elliot, ha sido, junto a su hermano Alejandro, el solvente encargado de asumir el riesgo de esta primera versión-adaptación en España del clásico de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim, con libreto de Arthur Laurents, inspirado en Romeo y Julieta; mientras que el coreógrafo argentino Federico Barrios se ha encargado de adaptar la célebre coreografía de Jerome Robbins, y Gaby Goldman de asumir la dirección musical al frente de una orquesta de unos quince músicos -Bernstein compuso la partitura original para una orquesta de treinta, y aunque el resultado es más consistente en unos números que en otros, no desmerece al conjunto de la representación-.

El montaje, con una funcional y conseguida escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda -brillante la resolución de la escena de la pelea bajo el puente-, llegó casi a las 300 representaciones en su primer año en cartel en Madrid, y ha iniciado gira por los mejores teatros de todo el país, entre los que ha incluido el Villamarta en Jerez y el Falla en Cádiz: el coliseo jerezano lo mantiene en cartel hasta este domingo, con un total de siete representaciones desde el pasado jueves.

Quien vaya a ver el musical por el referente cinematográfico, con o sin reparos, no saldrá decepcionado; es más, lo hará  entusiasmado, por los hallazgos en el desarrollo del libreto original o por la puesta en escena y la excelente calidad vocal de sus protagonistas principales: Talía del Val (María), junto a Javier Ariano (Tony), Silvia Álvarez (Anita) Víctor González (Riff) y Oriol Anglada (Bernardo).

Quien vaya por la creciente afición por el género, tendrá la oportunidad de asistir a un musical imprescindible que no ha perdido el brillo en sus composiciones y números, ni la actualidad de su trasfondo temático: el racismo, la disfunción social, el machismo o el sueño americano, pese a que han transcurrido 62 años desde que se puso en escena por primera vez.

A este respecto, las letras de Sondheim -respetadas en lo posible en la traslación al castellano por parte de los hermanos Serrano, aunque sin su tonalidad racial en la interpretación- fueron tan atrevidas en su momento como los sones jazzísticos y latinos incorporados por Bernstein a una partitura inolvidable, en lo que supuso una valiente y comprometida renovación del musical que abrió desde entonces nuevas vías de experimentación frente al canon clásico de las producciones que habían triunfado hasta entonces.

Hay estrofas, por ejemplo, en las que se habla de “madres yonkis” que se niegan a compartir porros con sus hijos, de padres borrachos y violentos, abuelas comunistas, parientes homosexuales, del afán por el consumismo, de inmigración y de la realidad social estadounidense: “Twelve in a room in America” (“doce en una habitación en América”) es una de las ingeniosas réplicas -en la versión original- que se suceden en el famoso número de la azotea, aunque parezca el titular de una de las noticias del telediario a mediodía.

Ya sea en inglés o en español, West side story sigue bajo el influjo de las obras que son eternas.

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